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11 de septiembre/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Hay velas que lo alumbran todo, menos el propio candelero”. Christian Hebbel

La conmemoración de los ataques del 11 de septiembre tiene una importancia emocional para los estadounidenses que los extranjeros difícilmente podemos imaginar.

El 11 de septiembre ha sido, como lo recordaba ayer el columnista William Safire del New York Times, el mayor baño de sangre en territorio estadounidense desde la guerra civil. Si bien las estimaciones preliminares que calculaban más de 10,000 muertos resultaron finalmente exageradas, más de 3,000 personas murieron el 11 de septiembre del 2001 en las Torres Gemelas de Nueva York, en el Pentágono y en el desplome en Pennsylvania del último avión secuestrado por los terroristas. En comparación, el número de muertos en el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 fue de 2,300.

Pero no es solamente el recuento de muertos lo que provoca la emotiva conmemoración de los estadounidenses. Está también el sentido de impotencia y desprotección de una nación que se había sentido, a pesar de su participación en numerosas guerras, alejada de los escenarios bélicos y exenta de la destrucción en su propio territorio.

Para un país acostumbrado a triunfar, tanto en conflictos bélicos como en el deporte, los negocios y las ciencias, el 11 de septiembre fue un brutal recordatorio de la fragilidad que puede tener incluso la mayor potencia de la Tierra. Pero esta experiencia, lejos de doblegar a la nación estadounidense, le ha dado un renovado sentido de identidad y de patriotismo.

Si Osama bin Laden y los grupos que planearon los atentados del 11 de septiembre pensaron que la experiencia doblegaría al gigante, se equivocaron rotundamente. Por el contrario, Estados Unidos llevó a cabo con premeditación y metódica frialdad un ataque a Afganistán —país antes considerado inexpugnable— hasta provocar la caída de un gobierno que había dado cobijo a los terroristas. Si había existido alguna duda del poderío militar estadounidense, ésta se desvaneció completamente con la guerra de Afganistán.

El 11 de septiembre le dio un sentido de unidad a unos Estados Unidos divididos hace tiempo por profundas diferencias raciales y sociales. Los estadounidenses encontraron nuevos héroes: como los policías y bomberos que arriesgaron sus vidas o incluso las perdieron en los intentos por rescatar a sobrevivientes de los escombros de las Torres Gemelas. Las ceremonias iniciales de los partidos de futbol americano y de beisbol que siguieron a la tragedia demostraron una vez más que el deporte televisado —con su canto ritual del himno nacional— es el escenario en que una nación de enorme extensión se reúne a celebrar sus triunfos y compartir sus penas. Si la guerra de Vietnam dejó a los Estados Unidos profundamente divididos, y por primera vez sin el sentido de encontrarse del lado correcto en una guerra, el 11 de septiembre los convenció nuevamente de la línea ética que representa su país.

Desafortunadamente este sentido de unidad y de legitimidad moral se ha visto socavado por el hecho de que, en su reacción al terrorismo, Estados Unidos ha cedido terreno a la mentalidad antiliberal de los talibanes del mundo. Si bien es evidente que los atentados del 11 de septiembre hacían indispensable fortalecer los mecanismos de seguridad e intensificar la lucha contra el terrorismo, el hecho es que, a un año de distancia, hay cientos, quizá miles, de personas detenidas injustamente, sin gozar de ningún derecho legal, por el simple hecho de ser sospechosos de tener alguna conexión con una organización terrorista.

Con estas prácticas el gobierno estadounidense está subvirtiendo los principios mismos que le dan vida y sentido a su nación. Estados Unidos es un país que se creó con el propósito de ofrecer un refugio a quienes eran perseguidos en los países de Europa por su religión o por sus ideas políticas. Una de sus características distintivas ha sido la de defender —aunque no siempre con éxito— los derechos individuales y la libertad personal y económica, lo cual ha sido en buena medida el cimiento de su prosperidad.

Al provocar que Washington viole estos derechos individuales, Osama bin Laden se está convirtiendo en el verdadero vencedor del 11 de septiembre. El gobierno estadounidense se está colocando a sí mismo en el nivel de los grupos que sienten que su cometido en la vida es lograr el establecimiento de regímenes autoritarios.

El otro 11/ 9

No podemos olvidar que hubo otro 11 de septiembre igualmente trágico. Fue el que tuvo lugar en 1973 y que llevó, con el apoyo de Estados Unidos, al derrocamiento de un gobierno electo democráticamente en Chile y a una salvaje represión que se ensañó no sólo contra los revolucionarios sino contra quienquiera que profesara ideas de izquierda.

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