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“Guarachá’’ cubana en Torreón

El grupo se presentó el miércoles,y contagió a los asistentes con su buen ritmo

TORREÓN, COAH.- Por una noche Torreón y Cuba tuvieron una sola bandera: la del son. Las sillas que se habían dispuesto para el público, terminaron por estorbar ya que al final todos se pusieron a bailar. Los Jóvenes Clásicos del Son ofrecieron su primer concierto en tierras mexicanas, y lo hicieron en La Laguna.

Niños, hombres, mujeres y adultos mayores se reunieron por igual en el escenario al aire libre de la Casa del Cerro; y no pudieron resistirse a los pegajosos ritmos caribeños y afro antillanos, característicos del sexteto cubano.

El grupo se presentó en el marco del Festival Internacional de las Artes, que organiza el Instituto Coahuilense de Cultura (ICOCULT) y la Fundación Cultural de La Laguna.

Los “Jóvenes Clásicos del Son” fueron incluidos no sólo en el programa de este festival, sino también en el del Festival Internacional Cervantino, por ser uno de los máximos exponentes de la música cubana, promoviendo sus raíces y su cultura.

Crónica de un concierto

Desde antes de las ocho de la noche, los laguneros empezaron a arribar hasta el inmueble que se sitúa frente al Mercado Alianza; los niños y jóvenes de las colonias aledañas abordaban a los conductores ofreciendo sus servicios para cuidarles el carro.

Mientras tanto, los Jóvenes Clásicos del Son esperaban su arribo al escenario, resguardados en la galería de Arte Contemporáneo de la Casa del Cerro, a la expectativa de cómo serían recibidos por el público. Minutos después de las ocho, saltaban al foro.

Al principio, los cerca de 800 asistentes se limitaban a observar a los músicos cubanos, pero eso sólo durante las primeras tres canciones que interpretaron, porque luego empezaron a agitar sus palmas al ritmo del requinto de César Lozada, una de las actuaciones más aplaudidas.

Fue ahí cuando el director de la banda, y también bajista, Ernesto Reyes se dirigió al publico: “Desde que inició Jóvenes Clásicos del Son en 1995 hemos recorrido todo Europa, pero nunca habíamos estado en México, y es un placer para nosotros presentarnos por primera vez de manera formal en Torreón”.

Quizás fue ese preciso momento cuando se dio la mágica conexión entre público y agrupación, y a partir de ahí, los que se estaban aguantando las ganas de bailar y menearse al ritmo del son y demás ritmos cubanos, dieron rienda suelta a sus deseos.

Desde lo alto del cerro, hubo quienes no se resistieron a los compases y aunque algunos no tenían idea de cómo había que moverse, se dejaban llevar únicamente por su instinto.

“Tambor en el alma” fue dedicada para los laguneros de manera especial y como estreno, pues la melodía se incluye en su tercer material discográfico que todavía no sale a la venta.

Y para seguir con los estrenos, una peculiar canción: “La Perorata”, que el auditorio coreaba al son de ‘tararí, tarará; tararí, tararí, tarará’, una y otra vez.

El concierto llegó a su clímax cuando Pedro Lugo, el vocalista, dijo: “No sabía que en esta tierra se bailaba tan bien el son”, y los invitó a ‘guarachear’ al ritmo de una cumbia. Los que estaban hasta el final, se abrían paso para llegar hasta abajo del escenario y ahí improvisar una pista de baile. Le siguió “Fruta Bomba”, tema que rinde tributo a la papaya y que, según explicó el líder del grupo (Pedro Lugo), es el nombre con el que se le conoce a esta fruta en algunas partes de Cuba.

Después, los ritmos afro antillanos se harían presentes en una canción con la que se despedían del público. Era tal el ambiente, que cuando los integrantes enviaban un beso de despedida a su auditorio, éste en lugar de pedir otra, empezó a corear en una sola voz: “Cuba, Cuba, Cuba”. A lo que los “Jóvenes Clásicos del Son” respondieron con una melodía más.

Entre las primeras gotas de lluvia y las felicitaciones de la gente, el sexteto cubano se despedía finalmente para abandonar el inmueble que por una noche les brindó el calor necesario, como para no extrañar su tierra natal: Cuba. No faltaron los niños que abordaban a quienes abandonaban la Casa del Cerro, diciendo “yo le cuidé su carro”, aunque no tuvieran la menor idea de en qué lugar se encontraba el vehículo.

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