México.- Si nuestra cinematografía aportó un género al cine mundial, ése fue el cine de luchadores.
Más que la comedia ranchera y por encima de los encapuchados de a caballo y pistola, el celuloide filtrado por el cuadrilátero instauró los reales de la cultura popular masificada entre cuatro esquinas y con calibre de exportación.
Cimiento de los Estudios América y aliciente principal para reventar las taquillas en las arenas de toda la República, El Santo, El Enmascarado de Plata, pasó del ensogado al set con la naturalidad surrealista de nuestro cotidiano social.
Cuatro cintas inauguraron el género en 1952: La bestia magnífica (Chano Urueta); El luchador fenómeno (Fernando Cortés); Huracán Ramírez (Joselito Rodríguez); y El Enmascarado de Plata (René Cardona).
A El Santo le tocaría el turno de debutar hasta 1958 -luego que no llegó a un arreglo para estelarizar la cinta de Cardona en 52, honor que correspondió a El Médico Asesino- con dos rodajes simultáneos realizados en Cuba: Santo vs Los Hombres Infernales y Santo vs El Cerebro del Mal, ambas de Joselito Rodríguez. Como se dice, el resto es historia.
El plateado consolidó una filmografía que superó los 50 largometrajes exhibidos en una veintena de países, con records de taquilla en Latinoamérica y Asia. El cómic creado por José G. Cruz -y que le daría el mote de Enmascarado de Plata- alcanzó tirajes superiores al millón y medio de ejemplares semanales, con una vida rentable de casi tres décadas.
De clásicos a clásicos, Santo vs Las Mujeres Vampiro (1962) del realizador Alfonso Corona Blake, cinceló su huella entre el apuro y el bajo presupuesto para acodarse al nivel del gusto mayor del público, destacada como desquiciante, insólita, impensable obra de culto, la cinta reforzó los elementos más inquietantes de la estirpe chupasangre en la pantalla grande.
La trama
El Enmascarado de Plata debe sortear riesgos mayores para vérselas con unas despampanantes vampiras -que reciben órdenes directas del Príncipe de las tinieblas- encabezadas por Zorina, es decir Lorena Velázquez, con cetro de belleza y todo, y Tundra, interpretada por Ofelia Montesco. Como suerte de lugarteniente, además de una nada despreciable partida de forzudos que componen Fernando Osés, Frankenstein y El Lobo Negro, quienes han despertado de un letargo de “2400 lunas”, para darle chicharrón a Diana (María Duval), heredera chupasangre hija del erudito, bonachón y paternal profesor Orloff (Augusto Benedico), quien se eriza en la interpretación de un papiro con jeroglíficos que puntualiza la maldición que ensombrece el futuro de su heredera y de la humanidad.
Como dos son la mitad de uno, el profesor Orloff y el inspector Carlos (Jaime Fernández), son auxiliados por el héroe plateado, único posibilitado para detener la amenaza al descender del hombre que se despachó en el pasado a Rebeca, la reina vampira.
En el medio, El Santo se da tiempo para darse de golpes con Ray Mendoza y El Cavernario Galindo con auxilio de Black Shadow, en lo que ahora es un documento fílmico de gran valía pese a las limitaciones de la selección de planos y el montaje.
Las avejentadas vampiras pierden peinado terroso y cutis calcáreo bebiendo sangre de víctimas diversas antes de tener su enfrentamiento directo con El Enmascarado de Plata. Se viene una secuencia de antología en que Osés suplanta al gladiador El Enmascarado Negro, némesis obvio del plateado, pretendiendo aniquilar al héroe en plena arena. La lucha se desarrolla en terreno rudo hasta que El Santo descubre la suplantación de su rival y lo desenmascara.
El público huye despavorido al descubrir a Osés transformado en hombre lobo, lo que es un elemento muy bien tomado de la leyenda más genuina del vampirismo en la célebre novela Drácula, de Bran Stoker, donde los chupasangre se convertían en licántropos.
Un elemento novedoso se agregaría con el avistamiento de las vampiras a través de un espejo en su estado monstruoso, mientras que en la tradición tanto literaria como cinematográfica, los no muertos, como los bautizó Stoker originalmente, no pueden reflejarse.
El clímax ofrece una secuencia suprema que además está muy bien filmada: El Enmascarado de Plata llega presuroso en convertible a la descubierta guarida vampira, donde utiliza una antorcha encendida para incinerar a las malignas, mientras reposan en sus sarcófagos evadiendo al astro rey.
A Tundra la calcina el sol, aspecto legado al mito por el cineasta alemán F.W. Murnau en Nosferatu (1922), su adaptación de Drácula, ya que en la realidad literaria el sol hacía perder sus poderes a los vampiros, pero no los mataba.
Con el mundo a salvo, El Santo se aleja mientras Diana cuestiona a su padre la identidad del héroe, lo que sirve al profesor Orloff para soltar discurso-epílogo que suena como sigue: “Nadie lo sabe, nadie lo sabrá nunca. Pero en esta época en que la maldad de los hombres busca su propia destrucción, él estará siempre al servicio del bien y la justicia”.
Corona Blake fue meramente un artesano, sin embargo salvó con decoro una buena parte de sus aportaciones al cine mexicano Clase B, aunque ciertamente nunca otra de sus cintas mereció el reconocimiento de Santo vs las mujeres vampiro. El filme se estrenó el 11 de octubre de 1962, es decir, hace 40 años.
El aniversario no ha tenido el eco que merece por todas sus significaciones al género de luchadores y al cine mexicano en general. Es el título más representativo de El Santo que, además de todo, es un mito vigente en todos los frentes: el luchístico, el cinematográfico y el cultural.