Hay hombres que mentalmente se quedan en una determinada edad, aunque cronológicamente tengan otra.
Ese es el caso de George W. Bush, al que para todos los efectos de estas líneas llamaremos “El pequeño Jorge”, pues se estancó en esa edad en que se admira tanto la figura del padre que termina uno por idealizarla e imitarla.
No es malo idealizar la figura paterna. Lo malo es que nunca se le llegue a dimensionar justamente y la etapa señalada se prolongue por más tiempo del común.
En el actual conflicto con Iraq, el pequeño Jorge quiere seguir a pie juntillas los pasos del viejo Jorge y actuar como él actuó durante la guerra del Golfo Pérsico.
Pretender que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas le autorice el ataque a Iraq sólo porque así lo quiere él, es una actitud caprichosa y un intento de avasallar a los quince estados miembros de ese Consejo.
No obstante lo anterior, debemos admitir que puede no andar tan errado Jorgito, porque hace tiempo que la ONU y su Consejo de Seguridad dejaron de ser lo que eran y han entregado su prestigio y calidad moral a los Estados Unidos en aras de mantener el apoyo que este país le brinda a la organización para que puedan seguir operando.
Sostenemos lo anterior, porque si bien todos los estados miembros deben hacer aportaciones económicas para el sostenimiento de la ONU, lo cierto es que presupuestalmente ésta depende para sobrevivir del que le brinda el gobierno de la Casa Blanca.
Si a ello le añadimos que Inglaterra respalda en todo la política norteamericana, no nos queda sino aceptar que la oposición de otros países (como Francia y Rusia) puede llegar a tener un peso moral importante, pero ese peso nunca será suficiente para contrarrestar el de los E.U.
Perdida la bipolaridad mundial y roto el equilibrio del terror que impidió durante muchas décadas que las dos grandes potencias existentes hasta la caída del muro de Berlín, se declararan la guerra, en términos reales, la paz del mundo quedó en manos de los norteamericanos.
Por eso Hans Kelsen sostiene en su obra: “Derecho y Paz”, que la única forma para asegurar la paz en la Tierra, es “unir a todos los Estados singulares, o por lo menos al mayor número posible de ellos, dentro de un Estado mundial y concentrar todos sus medios de poder y ponerlos a la disposición de un gobierno central”.
Claro que eso, como lo admite el propio Kelsen, no deja de ser una utopía. Y si lo era en la década de los cuarenta cuando el insigne doctor por la Universidad de Viena escribió estas ideas, con mayor razón ahora en que los Estados Unidos, sin necesidad de ceder absolutamente nada, son los amos del mundo desde el punto de vista bélico.
Porque no debemos perder de vista que en este conflicto que apunta hacia una nueva guerra, son los E.U. los que dicen quién debe desarmarse, pero ellos jamás aceptarán deshacerse de una sola de sus armas nucleares.
Para ellos, todas sus armas son de defensa. Pero las armas de los demás, son de ataque. Dicho en otras palabras: el arma de defensa es aquélla que yo sostengo en mi mano. El arma de ataque, es la que mi enemigo sostiene en la suya.
En todo este juego de intereses internacionales, México tiene la gran oportunidad de convertirse en el gran impulsor de la prudencia y la paz mundial, si no se pliega a los intereses del pequeño Jorge. Aunque ya se apunta por ahí un argumento falaz para no hacerlo así.
En efecto, el Gobierno mexicano ha dicho que él apoyará una decisión del Consejo de Seguridad, así como que está en contra de un ataque unilateral de los E.U. a Iraq, lo que significa que si el Consejo autoriza el ataque, entonces nuestro país sí estaría de acuerdo con el mismo.
Pero resulta que Estados Unidos e Inglaterra, como miembros permanentes del Consejo, pueden muy bien arrancar una decisión de éste para que se ataque a Iraq y en ese contexto, de acuerdo con las declaraciones anteriores, México estaría de acuerdo con tal resolución.
Como se advertirá, todo es cuestión de forma y si se repite el esquema de la Guerra del Golfo, puede resultar que el Consejo apruebe el ataque y se desentienda del conflicto, permitiendo, como lo hizo entonces, que E.U. encabece las acciones bélicas y haga lo que le venga en gana y la organización se entere de lo que acontece en Oriente Medio tan sólo por la prensa, como le sucedió en su momento a Javier Pérez de Cuellar con lo que los gringos hacían en aquella absurda guerra.
Porque debemos señalar que todas las guerras son absurdas. Tan es así que no se puede decir que exista una guerra justa. Todas las guerras son injustas y contravienen la Carta de la Naciones Unidas, por más que hayan existido muchas guerras de hecho y una que otra revestida de cierta legalidad, en la que la ONU dio su autorización para utilizar el uso de la fuerza armada, pero a renglón seguido se desentendió de la parte operativa. A cualquier mexicano le mortifica la idea de que nuestro país apoye una guerra. Porque además de nuestra tradición pacifista, está el hecho de considerar que pueda brindarse algún tipo de apoyo en hombres o en dinero, cuando lo que pasa entre E.U. e Iraq nos resulta ajeno y no se justificaría desde ningún punto de vista que destináramos algo, lo que sea, para una guerra cuando aquí necesitamos tantos recursos económicos.
Resultaría entonces que los Estados Unidos, no sólo no nos darían, sino que nos quitarían.
Como país, opongámonos a ésa y a cualquier otra guerra y digámosle a los gringos lo que dijo alguna vez Antonio Plaza en uno de sus versos que cito de memoria (a ver si no me corrige mañana don Homero del Bosque):
“A la guerra Andrés no vayas, que sin luchar vencerás.
Pues un brindis vale más, que el humo de cien batallas”.