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Addenda/Fiesta nacional

Germán Froto y Madariaga

Desde que éramos niños, mis padres nos llevaban a la plazuela Juárez para presenciar la ceremonia del Grito de Independencia. Era entonces, como lo es ahora, toda una romería a la que la gente acudía en forma multitudinaria sin necesidad de convocatoria previa, porque la sienten como la fiesta nacional por excelencia.

Desde la calle presenciábamos ese acto que encabeza el alcalde del ayuntamiento, a cuya arenga ritual responde el pueblo gritando a todo pulmón: ¡Viva! En aquellos tiempos, previo al Grito, todos le habíamos entrado a los cacahuates, los algodones de azúcar, los elotes y a todo cuanto se nos atravesaba al paso, en tanto que esperábamos el momento culminante de la noche: los fuegos pirotécnicos.

Con el paso de los años y por razones de diversos cargos, tuve la fortuna de participar activamente en esa ceremonia e incluso salir al balcón del palacio municipal a leer la “Carta de Independencia de la América Septentrional”, como también la tuve para estar en el balcón del palacio de gobierno, en Saltillo, acompañando al gobernador en ese hermoso protocolo con el que se conmemora un aniversario más de nuestra Independencia.

Es impresionante ver cómo el pueblo acude puntual y entusiasmado para dar el Grito junto a sus autoridades e incluso todavía hay quienes, por su cuenta, le añaden el clásico: “Mueran los gachupines”, carente ahora de todo sentido.

Hay anécdotas muy simpáticas que se han generado en esa ceremonia, algunas de las cuales han sido registradas por la tradición oral. De tres de ellas daré cuenta a continuación.

En un aniversario de la Independencia, el presidente municipal de Torreón, al dar el Grito incurrió en una confusión que el pueblo no le perdonó. A la hora señalada y al momento de citar a los “héroes que nos dieron Patria y Libertad”, el alcalde dijo: “¡Viva don José María “Morales” y Pavón!”, a lo que el pueblo respondió primero, con un entrecortado: “¡Vi...??”, para luego añadir una rechifla que aún retumba entre los árboles de la plazuela.

Entre los alcaldes de los municipios pequeños del estado, los ha habido que resultaron muy buenos gobernantes, pero negados para aprender el protocolo correspondiente a este tipo de actos. Aman a sus pueblos y a la Patria, pero no se les da eso de aprender las fórmulas y frases sacramentales. Y menos tocar la campana y ondear la Bandera a un mismo tiempo.

Cuentan que un hombre de éstos, que llegó a alcalde de un pequeño municipio del centro del estado, a pesar de que a duras penas había terminado el tercer año de primaria, presidía por vez primera una ceremonia de Independencia.

El secretario del ayuntamiento, que por lo común es el encargado de hacer los preparativos de la ceremonia y suele ser un hombre “léido y escrebido”, le había entregado una tarjetita con lo que debía decir a la hora del Grito, apunte que apenas si leyó el alcalde y al rato no supo ni dónde lo dejó, aunque sí recordaba que ahí decía algo así como: Viva Hidalgo. Viva Morelos, y otros apelativos.

Más puesto que un calcetín, el alcalde salió puntual al balcón, a las once de la noche de aquel quince de septiembre, para dar el Grito de Independencia. Pero sucedió que ya ahí y recordado vagamente el apunte que le había sido entregado y que perdió, comenzó su arenga gritando ¡Vivas! A Hidalgo, Morelos y Allende. Mas creyendo que se trataba de nombres de municipios de Coahuila y no de los héroes nacionales, el hombre aquél se siguió gritando vivas de esta forma:

“¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Viva Allende! Viva Nadadores. Viva San Buena. Viva Castaños. Viva Candela... Y así continuó mencionando los nombres de los municipios que se le venían a la mente, aunque el pueblo entusiasmado le respondía con ¡Vivas!, pensando que era un oportuno y justo reconocimiento a otras municipalidades coahuilenses. Total, ha de haber pensado el pueblo, si Echeverría en su oportunidad gritó: “¡Viva el Tercer Mundo!”, ¿por qué demonios no iba su alcalde a poder modificar aquella letanía republicana?

Pero una de las más graciosas anécdotas que haya escuchado, me la platicó un buen amigo que acudió a un pueblo de Arizona, en los Estados Unidos, en representación del gobierno mexicano para estar presente en una de estas ceremonias de Independencia.

Su primera sorpresa fue que cuando llegó al recinto oficial de aquel condado, los hombres vestían de charros o chinacos y las mujeres de chinas poblanas, lo que desde luego le causó hilaridad, aunque no demostró ésta.

Pero cuando le resultó imposible contener la risa que se trasformó en un exceso de tos y lo obligó a abandonar la ceremonia, pretextando luego, para justificar su repentina ausencia, que al no poder contener la tos prefirió salir del recinto para no alterar tan formal ceremonia, fue el momento en que escuchó al “Mayor” (léase alcalde) dirigirse a los presentes, con acento medio agringado, diciéndoles:

“Porque ustedes saber, may friends, que Micky Hidalgo y Joe Morelos, anduvieron cabalgando mías y mías por los desiertos de México, sin una hamburger en sus alforjas, ni una coke en sus cantimploras”.

Explicable es el ataque de tos que le dio a mi amigo, y providencialmente no cayó ahí muerto por asfixia.

Muchos son los detalles chuscos y las anécdotas que se han suscitado en el tradicional Grito de Independencia, pero sigue siendo éste el evento más taquillero del año y del que el pueblo disfruta con singular alegría.

Este domingo por la noche, vayamos todos a honrar la memoria de nuestros héroes y gritemos con gran emoción y orgullo: ¡VIVA MÉXICO!

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