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Adiós a los monstruos

Federico Reyes Heroles

Por fortuna se conjuró la huelga. Horas antes del plazo límite, de pronto el Sindicato admite básicamente las mismas condiciones que se le ofrecieron hace un mes. No ganó nada nuevo y, en cambio, mantuvo al país en vilo con los respectivos costos. Es momento de cavilar sobre el episodio antes de que un nuevo acontecimiento lo desplace. Se trató de extorsionar no sólo al régimen de Vicente Fox sino al país entero. Revisemos el complejo capítulo.

Del lado gubernamental hubo errores serios: el manejo del llamado Pemexgate, las filtraciones, el tratamiento en paquete contra el sindicato y el PRI, el ánimo rijoso y vengativo, etc. Ello abrió indebidamente la puerta y permitió mezclar lo laboral. Y qué decir de las reacciones aviesas del otro lado: presentar todo como una conspiración, tratar de impedir las investigaciones, mezclar de nuevo, mañosamente, lo judicial con lo laboral. El riesgo producto del enredo fue muy alto. El estallido de la huelga pudo haberle costado al país una caída similar a la del 82 o la del 94-95. Un gran colapso económico hubiera sido inevitable: devaluación, fuga de capitales, caída de la inversión, recortes, desempleo, de nuevo el horror. Se hubiera reinstalado el ciclo fatídico de las crisis.

Para el gobierno, es claro, la confrontación era un escenario no deseable. Llegaron allí por error. Sin embargo, por el desenlace, queda el sabor de boca de que la estrategia sindical, la huelga, sí hubiera podido prosperar. ¿Será? Poco se habla de cuáles hubieran sido las consecuencias de la huelga para el propio sindicato. ¿No habremos estado acaso amenazados por un tigre de papel? ¿Hubiera podido el sindicato petrolero salir victorioso de la contienda? El conato desnudó fuerzas políticas reales. Veamos.

Definitivamente, nadie sabe para quién trabaja.

Un periódico capitalino indagó sobre el estado de ánimo de los mexicanos. ¿Qué es mejor para el país, combatir la corrupción aunque cause inestabilidad económica o dejar impunes algunos actos para evitar la inestabilidad? Ochenta por ciento de la población no se amedrentó con los lances sindicales: combatir la corrupción fue su respuesta. ¿Y si el sindicato devolviera el dinero, deben suspenderse las investigaciones? No, fue el clamor con 76%. Por si alguna duda quedara, sólo 6% se inclinó por suspender las investigaciones, advertidos todos de las terribles consecuencias económicas. La firmeza en este asunto de Vicente Fox goza de un enorme respaldo popular. La convicción popular es clarísima: que se aplique la ley. Ese es el gran logro.

Pero hay más. Uno de cada tres mexicanos, el 35%, considera que en la práctica el dueño de PEMEX es el sindicato. Uno de cada dos, el 48%, opinó que la huelga tenía como motivación central presionar al gobierno para que suspendiera las investigaciones. No leamos mal, no se trata de simpatizantes foxistas, pues sólo un 25% consideró a su gobierno muy capaz para solucionar el conflicto. Se trata de un sentir popular muy definido en relación a la legalidad que debemos aquilatar. Tres de cada cinco mexicanos tienen buena opinión de los trabajadores petroleros, no así de sus líderes. Sólo uno de cada cinco, 19%, cree que Romero Deschamps cuente con el apoyo de la mayoría de sus agremiados. Casi nueve de cada diez, 87%, está de acuerdo con que se proceda al desafuero. Dos de cada tres, el 66%, considera que los líderes sindicales fueron los responsables del agravamiento del problema para tratar de protegerse de las investigaciones penales. Una proporción muy similar, 64%; consideró que de estallar la huelga los líderes sindicales serían los responsables. Sólo uno de cada cinco,22%, dice lo mismo del gobierno. Con todos sus rugidos los líderes sindicales, no los trabajadores, tenían perdida esta batalla: el juicio histórico está dado.

La opinión pública, aguda y sensata, está clara sobre la maniobra, sobre el chantaje, sobre la extorsión al país. Los desprestigiados líderes fracasaron en su intento por engañar. Además, y es de llamar la atención, conscientes de la gravedad del problema —puesto que casi un 70% opinó que el conflicto estaba afectando mucho a la economía— el ánimo de los mexicanos es firme, de arrojo. No ceder, seguir con las investigaciones, desaforar a los líderes, combatir la impunidad, así tengamos que pagar las consecuencias económicas. Ni hablar, no podría uno pedir más. Hay que decirlo, si el 80% de la población se informa por los medios, debemos reconocer que han hecho un buen trabajo. Los líderes nunca lograron vender su caso, menos aún doblegar el ánimo de la ciudadanía. Esa es la gran lección. A pesar de los errores de la administración, los mexicanos están claros de que el rumbo, la defensa de la legalidad, es el correcto. Los únicos que parecieran no haber entendido que este país cambia todos los días son los líderes. ¡Ojalá y en el futuro el PRI no se equivoque sobre de qué lado de la mesa debe estar! Defender el derecho de huelga es un asunto. Apoyar el chantaje y la impunidad es otro. Imaginemos, con ánimo de provocación. Estalla la huelga. Hay crisis en los mercados, llega el desabasto, el caos. Los líderes sindicales le apuestan a que la gente se quiebre y culpe a Vicente Fox. Yo creo que no han leído acertadamente a la nueva ciudadanía, la que, por cierto, optó por la alternancia en el 2000. Lo más probable es que las críticas al sindicato y sus líderes se hubieran agravado brutalmente llegando al paroxismo. Lo más probable es que la pésima imagen pública de los líderes hubiera abonado a favor del gobierno convertido en víctima, en rehén. Lo más probable es que los mexicanos afectados hubieran cambiado hacia mal su opinión sobre los trabajadores petroleros. Lo más probable es que el innecesario y costoso caos los hubiera llevado a reflexionar sobre la pertinencia de la empresa pública, sobre los riesgos del monopolio, sobre el control de un gremio en una pieza clave de la vida nacional. Lo más probable es que, al final del día, hubieran apoyado a Vicente Fox. Los líderes hubieran perdido todo. Aquí estamos, por fortuna sin huelga, pero quizá lo más alentador sea el fondo.

El corporativismo tiene sus días contados. Ni siquiera el monstruo mayor espanta. Los mexicanos tomaron posición: condena a la impunidad, legalidad a cualquier costo. Los chantajes ya no operan en los mexicanos.

Me parece que la tragedia en la península de Yucatán es mucho más grave de lo que en general hemos registrado. Es hora de cooperar.

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