El bullicio de los días decembrinos con sus fiestas y tradiciones nos traen a la mente un mundo de recuerdos: algunos de la niñez; otros de la cercana o lejana juventud. Algunos felices, otros nostálgicos, agridulces tal vez...
Diciembre nos propende a la reflexión y al análisis. Se cumple un período de trescientos sesenta y cinco días en que nuestra barca bogó por aguas tranquilas o mares procelosos. Los sucesos van eslabonándose a una cadena de hechos que aún no terminan...
Estamos presentes en el diario acontecer e intentamos cumplir con nuestros deberes. Pero cabe hacernos estas preguntas ¿Hemos cumplido con nuestro prójimo el deber de caridad? ¿Le hemos escuchado cuando nos lo ha requerido y hemos procurado darle nuestra comprensión?
Esto nos hace meditar: ¿Por qué sólo en diciembre en que celebramos la Natividad del Señor, nos sentimos dispuestos a tratar de comprender a nuestro prójimo? ¿No se podría hacer de cada día del año una Navidad?
Los problemas y el tráfago de la vida ocupa nuestra mente hasta obsesionarnos y hacernos olvidar que hay gente que pasa a nuestro lado agobiada por carencias y miserias. Quizá lo único que piden es un poco de comprensión.
Muchos de nuestros amigos Sembradores y amigas Sembradoras en forma particular, están inmersos en el servicio social, en ayudar a niños y jóvenes a educarse, a recibir los conocimientos elementales que les dé apoyo para enfrentarse a los problemas de la vida. El Club Sembradores, por medio de su comité de becas, desde hace años tiene también esa noble tarea. Nuestras esposas extienden su manto protector en ayuda del desvalido apoyando a casas asistenciales.
Sin embargo, en estos días de diciembre en que flotan en el ambiente hálitos de paz y cordialidad, vale la pena cuestionarse ¿En nuestro cotidiano actuar hemos cumplido con nuestro deber hacia el prójimo?
Es materia de reflexión...
Mientras tanto abramos nuestros corazones y demos cabida a la fraternidad y al amor. Y digamos como Salvador Novo, poeta mexicano de corte universal:
Gracias, Señor, porque me diste un año/ en que abrí a tu luz mis ojos ciegos/ gracias porque la fragua de tus fuegos/ templó en acero el corazón de estaño./ Gracias por la ventura y por el daño/ por la espina y la flor/ porque tus ruegos/ redujeron mis pasos andariegos/ a la dulce quietud de tu rebaño./ Porque en mí floreció tu primavera/ porque tu otoño maduró mi espiga/ que el invierno guarece y atempera./ Y porque entre tus dones me bendiga/ -compendio de tu amor- la duradera/ felicidad de una sonrisa amiga.