Dice mi amigo César Villalobos que cuando me alejo en esta columna de las crónicas de hechos; es decir, del relato de los acontecimientos que conforman la vida del Club Sembradores de Torreón; que cuando hablo de los valores de las personas, de su idiosincrasia, es cuando recobro mi identidad.
Por mi parte digo que mi intención al escribir la columna Amigo Sembrador no es otra que servir a mi club poniendo en relieve la valía de sus socios; lo que cada uno de ellos es en el mundo social en que nos movemos. Comunicar a la sociedad lagunera que no sólo somos un grupo de amigos que se reúne cada quince días a comer y departir amablemente, sino que siendo un club que se formó con el fin primordial de fomentar la amistad, es también un grupo de personas que se preocupa por servir a la comunidad que los cobija.
Resulta que por la proyección que El Siglo de Torreón tiene, tramontando los espacios que le son propios, de carambola esta columna es leída por medio de Internet en otras latitudes y dan testimonio de ello los recados de Teodoro y Leonor Facusse desde Fort Collins, Colorado, USA, y de Calgary, Canadá, mi hijo Sergio. Guillermo Estevanez nos envía recado de que nos lee en Río Grande, Zacs. y desde Monterrey, N.L., Abelardo Arizpe.
Aquí en nuestro Torreón las distinguidas damas Angélica Zertuche de Amarante, la Nena Suárez de Garza y María Luisa del Peral de Covarrubias aseguran que son asiduas lectoras de la columna, como lo son también, según dicen, don Germán González Navarro y Manuel Hinojosa Petit. En fin...
Con motivo de la celebración del Día de Muertos, fueron calavereados, con buena rima y certeza, algunos de nuestros consocios empezando por Fernando González Lafuente presidente del Club. Reproduciré la última cuarteta de tales sendas “calaveras”: “En un viaje que hizo a España, se murió de congestión. Allá quedaron sus restos y el corazón aquí en Torreón”. De Arturo Rivera Ruiz, refiriéndose a que de seguro ya organizó un convivio en el panteón de Allende, Chih. le dice: “Discúlpame Arturito, que en esta ocasión no me calle, pero a esa clase de fiestas, perdóname que te falle”.
Y siguen las calaveras: de Salvador Álvarez Díaz, aludiendo a su condición de ganadero, dice: “A la muerte se enfrentó muy cerca del matadero y como muy hombre le pidió, concédeme morir entero”. De Toño Yarza: “Sea por el amor de Dios, doña Cristina nos decía, pues al morir sólo dijo: Ahí nos vemos vida mía”. A Chuy Martínez, que es fabricante de equipos de refrigeración, también lo calaverearon: No lo recibió el de abajo, aunque lo quiso hacer su socio, pues el chamaco se dijo, éste acaba con mi negocio”. Son algunas rimas más, pero no caben todas en este espacio.
Queda decirles a Mario Villarreal Roiz y a Gustavo Garza Treviño que extrañamos su asistencia a nuestras comidas. Finalizaré con un aforismo de Víctor Hugo: “En los ojos del joven arde la llama; en los viejos brilla la luz”.