A 43 años de su muerte, recuerdana uno de los escritores más importantes del Siglo XX en México
SUN-AEE
MÉXICO, D.F.- Alfonso Reyes Ochoa, reconocido en México y el mundo por su inteligencia apasionada y sensata, y por el ejercicio de la reflexión crítica y su creación literaria, falleció el 27 de diciembre de 1959. Hoy es recordado a lo largo y ancho del territorio nacional, a 43 años de su partida.
Hijo de Aurelia Ochoa y del general Bernardo Reyes, Alfonso nació en Monterrey, Nuevo León, el 17 de mayo de 1889 y desde temprana edad dio muestras claras de sus inquietudes intelectuales, obteniendo los primeros lugares en diversos ciclos de instrucción.
Contrajo matrimonio con Manuela Mota, quien fue su única esposa y la madre de su único hijo, el doctor Alfonso Reyes.
A los 23 años, Reyes había obtenido ya su título de abogado y era secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, antecedente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde fundó la cátedra de Historia de la Lengua y Literatura Española.
Reyes conoció a Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos que, junto con otros, formaron “El Ateneo de la Juventud”, un grupo de intelectuales interesados en trazar las líneas del México moderno compartiendo la afición por Grecia.
Por aquella época Reyes escribió sus primeras obras entre las que se encuentran el libro de ensayos Cuestiones Estéticas, publicado en París, y de esos mismos años, los estudios sobre Robert Louis Stevenson y Gilberth K. Chesterton.
Luego vendrán los cuentos La Primera Confesión, La Entrevista, Los Restos del Incendio y La Cena, donde con un lenguaje elegante prefigura el realismo mágico que se considera antecedente directo del célebre relato Aura de Carlos Fuentes.
Las páginas se multiplicaron: libros y más libros, artículos para diarios y revistas de diversos países, discursos y un diario que siguió hasta sus últimos días y concluyó con la frase enigmática “me mataron”.
Un tanto decepcionado de la situación nacional y de la pobreza de ideas para cambiarla, viajó a París en 1914 con un cargo diplomático; sin embargo, al estallar la Primera Guerra Mundial tuvo que emigrar a España donde pasó problemas económicos.
La situación mejoró y Reyes siguió construyendo los primeros niveles de una obra que, en extensión y muchas veces en calidad, se dice que supera la de cualquier autor mexicano del siglo XX.
Trabajó en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, dirigido por Ramón Menéndez Pidal; se acercó a autores de la generación del 98; departió con Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset y acudió a las tertulias del Pombo que presidía Ramón Gómez de la Serna.
En 1915 terminó su obra “Visión de Anáhuac”, publicada hasta 1917. Se trata quizá de su obra más difundida, en la que exalta la belleza del paisaje del Valle de México, cuyo paulatino deterioro retrató después en su “Palinodia del Polvo”.
Según los especialistas, en esa obra como en varias otras, de épocas posteriores, como la Cartilla Moral, Reyes adquirió la figura de educador y civilizador del pueblo mexicano, a partir de lo que denominaron una “aristocracia del pensamiento”.
Al transcurso de los años, Reyes sufrió varios infartos y el quinto de ellos acabó costándole la vida el 27 de diciembre de 1959.
Al conocer de su muerte, el entonces presidente Adolfo López Mateos decretó un día de luto nacional. Sus restos reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres.