Nuevamente nos acercamos a la conclusión del periodo ordinario de sesiones del Congreso de la Unión, en el cual se ?analiza? la iniciativa de reformas fiscales para el 2003.
Después del mal sabor de boca que nos dejó la experiencia vivida el año pasado, nos preguntamos si nuestros Diputados y Senadores aprendieron la lección.
Si después de un año en el que centrados en radicales posiciones partidistas y lejos de pensar en el bienestar del país, habiéndose dedicado a tratar de sacar el mejor provecho político a sus decisiones, ahora deciden madurar y sentarse a trabajar en una verdadera reforma fiscal que ayude a mejorar el presupuesto de ingresos del estado sin olvidar por supuesto, el gran compromiso que tienen quienes legislan en materia económica: promover la justa distribución de la riqueza entre los gobernados.
En efecto, nuestro estreno como país democrático ha tenido un costo que venimos pagando desde el 1 de diciembre de 2000. No estamos acostumbrados a la democracia. No lo conocíamos. No sabemos como manejarla. Estamos apenas aprendiendo a desenvolvernos en esta nueva modalidad de la vida de nuestro país. La experiencia que tuvimos con la reforma fiscal 2002 es una prueba clara de ello. Nunca antes como en esta ocasión, se había aprobado una reforma fiscal tan plagada de errores, imprecisiones y omisiones, fruto de un trabajo de última hora y hecho a la carrera, en virtud de haberse perdido lastimosamente el tiempo en actitudes partidistas con relación a la propuesta que sobre el Impuesto al Valor Agregado, fuera presentada por el ejecutivo federal desde el mes de abril.
El multipartidismo, la alternancia en el poder, el diferir en opiniones con representantes de otros partidos políticos, son realidades que lejos de hacernos adoptar actitudes individualistas, nos debieran servir para analizar y reflexionar con una madura y responsable apertura las opiniones de los demás, logrando así acuerdos favorables a la mayoría, que se orienten siempre al beneficio del país, al bien común, no al de un determinado partido.
Nuestro Congreso de la Unión está dividido. Esto no ha tomado por sorpresa al presidente Vicente Fox. Él sabía que esto ocurriría, por lo que ante los enfrentamientos que se viven en nuestras Cámaras de Diputados y Senadores, ha optado hasta donde se puede, por la salida de gobernar por Decretos. Recordemos la reforma al impuesto especial sobre producción y servicios aplicable a refrescos embotellados y bebidas que no utilizan azúcar de caña, que habiendo sido aprobado por el Congreso de la Unión, fue diferida hasta el 1 de septiembre del 2002 por Decreto presidencial del 5 de marzo del mismo año. Cosa similar podemos decir de las recientes disposiciones en materia de medios masivos de comunicación. Definitivamente no es esto lo que deseamos en un futuro próximo.
Se dice que quien no es capaz de aprender la historia, está condenado a vivirla de nuevo. Hacemos votos porque en este proceso en el que se discute la iniciativa, no volvamos a tropezarnos nuevamente con la misma piedra.
En el proceso de aprender a vivir en un México democrático, tenemos que participar activamente todos: Organismos empresariales y profesionales, Organismos no gubernamentales, Instituciones de Enseñanza Superior, Medios de comunicación, Diputados y Senadores. Es nuestro compromiso trabajar por hacerle llegar a nuestros ?representantes? en el Congreso, nuestras opiniones y sugerencias y exigirles cuentas claras sobre su actuación en este renglón. No podemos dejar de participar.
Es necesario exigir que nuestras disposiciones fiscales sean justas, equitativas y proporcionales. Que atiendan verdaderamente a la capacidad contributiva del sujeto del impuesto. Que se encuentren instrumentadas bajo procedimientos sencillos y prácticos que verdaderamente sean un ejemplo de simplificación administrativa y de seguridad jurídica. Que consideren a la base total de contribuyentes, no sólo a los cautivos. Sólo así avanzaremos en materia tributaria.
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