El pasado jueves, el señor Bush pronunció un discurso que pretende inaugurar una nueva etapa en el desarrollo de las relaciones internacionales. Las acciones militares en contra de Yugoslavia han permitido a los halcones de Washington, elucubrar sobre el éxito de una política unilateral de los Estados Unidos, que logre lo que tanto desean: la hegemonía norteamericana basada en el poderío militar. Si el mundo de la posguerra fue bipolar, pretenden ahora implantar un mundo unipolar.
Desde luego que esta opción no recibe el apoyo de las naciones de Europa, a excepción claro de la sumisa Gran Bretaña, en donde el señor Blair hace un triste y pobre papel de comparsa a los intereses norteamericanos, ni de Japón; y que encuentra una impávida oposición de las vecinas naciones árabes de Iraq.
Estados Unidos atraviesa un punto extremo en su proceso de recuperación económica; el crecimiento de los sectores vinculados al gasto en consumo privado muestran ya claros signos de no poder seguir sosteniendo la lucha antirecesión, el aumento en las ventas ha dado ya salida a los inventarios, pero los mercados no dan para más y el cierre de líneas de producción continúa, acentuándose el desempleo, los presupuestos bélicos han hecho lo suyo, incrementando en primer término las expectativas de utilidades de las empresas vinculadas a la guerra y sus valores accionarios. Entre estas compañías están las petroleras, que después de haber conseguido ya las concesiones de explotación y distribución de petróleo en muchas de las naciones pertenecientes a la extinta Unión Soviética se encuentran interesadas en elevar el precio del petróleo y conseguir con ello, ganancias extraordinarias.
Como vemos, todo apunta a la necesidad de la guerra. El ataque a Iraq es inminente y al parecer, nadie será capaz de detener esta agresión que constituirá la mayor violación al derecho internacional que se haya cometido en los últimos tiempos. Atacarán y solo nos falta observar si las demás naciones del mundo, a través de la ONU castigan al verdadero agresor o si asumen una vergonzosa sumisión a los intereses norteamericanos.
El mundo se encuentra así, ante una disyuntiva histórica: evoluciona en realidad hacia un orden de entendimiento y consensos internacionales que den sustento ?democrático? a esa nueva etapa del proceso de internacionalización del capital llamado globalización, o camina hacia el desfiladero de la imposición, del poder unilateral. En pocas palabras, o el mundo es un espacio para la convivencia pacífica de las naciones o todos tenemos que plegarnos a los designios de unas cuantas, en particular a los deseos y ordenes del gobierno norteamericano.
¿Quiénes son los Estados Unidos para cuestionar que otra nación elabora armas de destrucción masiva, por ejemplo, cuando ellos mismos las fabrican y poseen en cantidades suficientes para destruir el mundo un centenar de veces? ¿Puede un gobierno como el norteamericano hablar realmente de los derechos humanos en el mundo? ¿En verdad seguiremos los designios de un gobierno llegado al poder a través de un fraude electoral y de la burla de sus propios ciudadanos? ¿En donde reside la calidad moral del gobierno de una nación que ha recurrido a la autodestrucción para imponer no sólo un régimen policiaco y represivo a su propia población y un régimen de terror internacional, con el sólo fin de aumentar el poder y los beneficios económicos de un puñado de corporaciones? ¿Serán capaces, en realidad, los gobiernos de todas las demás naciones de vender el futuro de la humanidad a cambio de las migajas que para ellos representan los escasos flujos de capital y comercio de la ?globalización? multinacional?
¿Venderemos el futuro de nuestros hijos por un plato de lentejas?
Las próximas semanas serán cruciales. Mucho ha de decidirse en el lapso de estos tiempos acerca del sistema político futuro de la humanidad. Que lástima que muchas naciones, entre ellas las nuestras, estemos de acuerdo en la imposición de la pax americana, únicamente porque vemos en ello la oportunidad de que la economía norteamericana se sostenga y con ella, la nuestra. La moralidad y ética de quienes sostienen esta posición y renuncian a la oportunidad de buscar un nuevo orden internacional verdaderamente democrático, salta a la vista.No negamos que en política hay que saber actuar a conveniencia, pero sí señalamos que es necesario saber hacerlo sin renunciar a los principios. Que lejos están nuestros gobernantes de saber aplicar esta máxima de la política, cuando por conveniencia pretenden justificarlo todo, incluso el cambio de principios en aras de hacerlos coincidir con lo que a ellos conviene. ¿Ustedes que opinan?.
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