Al cumplirse diez años de la suscripción del Tratado de Libre Comercio, es oportuno que el gobierno de la República realice un balance de los beneficios y perjuicios que del mismo se han derivado, porque a juicio del pueblo, si bien es cierto que existen aspectos positivos, el Tratado no ha sido la panacea como en su momento se le calificaba, prueba de ello es que no contribuyó como se esperaba a la consolidación de las inversiones en México.
Es verdad que ningún país de los desarrollados o los que se encuentran en vías de desarrollo puede actualmente sustraerse al proceso de globalización que se da en el mundo, Pero también lo es que no por ello los países están obligados a entregar sus riquezas y su mano de obra a las grandes potencias, porque de hacerlo estarían colocándose en otra forma de colonialismo en la que no es ya necesario el dominio directo sobre el territorio de los estados débiles.
Siempre se dijo que a negociar el Tratado, México se sentaba en condiciones desiguales a una mesa de iguales, lo que en esencia era cierto; porque nuestro país no estaba, ni lo está ahora, en las mismas condiciones que privan en Estados Unidos y Canadá, lo que nos trasformó en un territorio abierto a las inversiones comerciales, pero de ninguna manera a aquéllas mediante las cuáles se establecen empresas importantes que vengan a generar empleos bien remunerados para nuestros trabajadores.
Prueba de lo anterior, es que continúa dándose una gran emigración hacia los E.U. y el número de pobres ha aumentado de manera considerable en estos diez años, por lo que sigue siendo necesario que México pase de ser un país que aporta mayoritariamente mano de obra barata para ciertas empresas medianas, como son las maquiladoras, a ser el gran socio comercial e industrial como se le calificó durante la negociación del TLC. Porque a la fecha ese paso no se ha dado y seguimos siendo un país explotado por los grandes capitales extranjeros.