A Emilio García Riera, con agradecimiento por su pícara inteligencia.
Casablanca, Marruecos.- Un Atlántico agresivo es el fondo de la escena. Frente a él una ciudad de tres millones y medio de habitantes es coronada por la gran mezquita de Hassan II. La torre principal mide más de 200 metros de altura. En su interior, rodeados de mármoles, granitos y maderas preciosas, pueden orar simultáneamente alrededor de 30 mil fieles. Por su dimensión es la segunda mezquita más importante del orbe después del lugar del nacimiento del propio Mahoma, La Meca. Pero hay una diferencia mayor frente a los otros grandes templos. La mezquita de Hassan II fue edificada a principios de los años noventa. Es entonces un desplante de la actualidad musulmana. La enorme techumbre, que cubre una superficie equivalente a la de un estadio como el de Ciudad Universitaria, se abre en dos en un par de minutos gracias a un formidable sistema eléctrico. Además el piso se calienta para facilitar la oración en el invierno. La modernidad al servicio del dogma. ¿Tendrá claro George W. Bush al gigante que podría enfurecer? ¿Será capaz de distinguir entre el islamismo fanático y ese otro mundo tan ajeno y válido como el suyo y que lentamente evoluciona? ¿Hasta dónde llevará su pasión reeleccionista que podría estar orillando al mundo a un enfrentamiento de consecuencias inimaginables? Marruecos es un buen ejemplo de esa tensión entre varios mundos, entre la modernidad y la tradición que tan bien conocemos los mexicanos. Con una monarquía renovada y de gran predominio islámico, de lejos uno podrá concluir que nada ha cambiado, que la oscuridad y las tinieblas imperan en Marruecos. Con alrededor de 30 millones de habitantes de los cuales el 65% de las mujeres mayores de 15 son analfabetas en el simplismo se podría concluir que se trata de una nación anclada. Una visita a la medina de Fés, dónde cientos de miles de personas viven en condiciones muy similares a las que reinaban en el siglo nueve, podría ser la ratificación de que el encierro ha logrado ahogar a los descendientes de los beréberes. Niños mal nutridos trabajando el mosaico, hombres que quedarán ciegos en la orfebrería, pieles sangrantes trabajando en las enormes tinajas de color de la curtiduría de piel. Derechos humanos, justicia social, igualdad resultan expresiones sin referencia en la realidad cotidiana. Pero eso es sólo la primera impresión.
El árido paisaje de Fés o la monotonía ocre de Casablanca o el escenario abigarrado de Marrakech ocultan otras realidades. La inundación de antenas parabólicas, las salas de cine que muestran “Infidelidad”, con Richard Gere o una tasa de crecimiento poblacional que ha caído en tan sólo una década del 4% a 1.9%, —a México algo similar le llevó más de un cuarto de siglo— están también allí. La mortalidad infantil cae, ascienden las líneas telefónicas y el uso del Internet. ¿Será consciente Bush de esos otros ritmos que gobiernan a las sociedades? A juzgar por las vestimentas tradicionales en las calles, poco habría cambiado, sobre todo para las mujeres. Lo mismo ocurría en muchas zonas de nuestro país con los rebozos y los huaraches en la década de los sesenta. Sin embargo allí están los rostros ya descubiertos de una población básicamente joven que se asoma al mundo dispuesta a cambiar. Si no, cómo interpretar la popularidad de treintañero rey que, suave pero sistemáticamente, rompe con las tradiciones de su monarquía, incluidas las de su propio padre. La intolerancia a la apertura, una de ellas. Por primera vez existe una esposa oficial. La novedad consiste no sólo en que sea oficial y conocida, o en que sea profesionista, ingeniero. Lo más notable es que sea una sola en una sociedad donde la poligamia es una tradición ancestral.
Pero incluso en esos temas tan delicados la sociedad marroquí se mueve. A la poligamia se le han puesto controles y exigencias —número máximo de esposas, manutención económica, equidad en el trato emocional y sexual— todo desprendido de las consignas del mismo Corán. La pregunta que surge es qué barón puede pretender tantas bondades. Más visible, aunque tampoco demasiado comentado, es el notable avance del islamismo moderado en las elecciones del 28 de septiembre. Los socialistas conservaron su mayoría pero el avance de los moderados introduce discusiones frente al islamismo radical. Ninguna de estas fuerzas puede ser considerada de vanguardia, por ejemplo coinciden en un tratamiento dogmático de los derechos de la mujer, pero sin duda avanzaron los suaves.
Nada más lejano a mi intención que presentar un panorama idílico de lo que ocurre en éstas latitudes. Para nada. Por el contrario, ratifica uno principios de libertades mínimas que son irrenunciables. Sin haber una religión de estado, éste, en los hechos, está convertido en un guardián de la interpretación islámica del mundo. Por eso durante el Ramadán se considera delito el beber o fumar en sitio público violentando así el ayuno. Lo que también se hace evidente es que las profundas raíces culturales obligan a una transformación a ritmos impuestos por la propia condición humana. Quién lo diría, pero la versión de un monarca progresista pareciera una mejor alternativa que la descarnada competencia entre conservadurismos. Toda comparación histórica es en el fondo una arbitrariedad, pero un grupo de mexicanos ilustres optaron por esa versión en el XIX y llevaron a Maximiliano.
Los cientos de millones de seres humanos que interrumpen su vida cotidiana para orar invocando a Alá o ir a las abluciones cinco veces al día, no anulan las críticas que con relación a los derechos humanos e igualdad social y de géneros se puedan enderezar. Menos aún cancelan la validez de las exigencias libertarias, de democracia y derechos plenos para los individuos. Pero la transformación tiene que ser digerida por las sociedades. La imposición de libertades condujo a justificar la guillotina y las barbaridades de El Directorio en el siglo XVIII. La lección es clara: sólo si ellas entran por el concepto y van a la conciencia arraigan. ¿Cuánto están dispuestos Bush y sus aliados a gastar en armamento y provocar la muerte? Quizá nunca lo sabremos. Sabemos, eso sí, que invertido en educación ese dinero traería frutos de libertad que están a la vista. La sangre como fiesta libertaria es un sin sentido. ¿Barbarie o civilización?, la pregunta hoy se aplica a Washington.