Colocada en el centro de la vida pública a lo largo de todo el año, Beatriz Paredes queda obligadamente inserta en el cuadro de los personajes del 2002. No obtuvo la Presidencia del PRI, en cuya búsqueda se hallaba al comenzar el año, ni concluyó con lauros impecables su larga gestión al frente de la Cámara de Diputados. Y, sin embargo, en esa adversidad no perdió el rico patrimonio político que se forjó a mano, dentro de reglas a cuya falta no acaba aún de acostumbrarse.
Tardíamente decidió, o la impelieron a hacerlo, contender contra Roberto Madrazo por la presidencia del PRI. Esa demora fue uno más de los factores que la dejaron en desventaja. Madrazo estaba en campaña desde que pretendió la candidatura presidencial. Se había ostentado, y hubo quien lo creyera, como promotor de una renovación priista que la derrota del 2000 comprobó que era necesaria. Con honestidad política que los resultados convirtieron en candor, Beatriz Paredes escogió como compañero de fórmula, no a un político avezado y conocido, como Rodolfo Echeverría Ruiz, sino a Javier Guerrero, un cuadro que a edad temprana fue ya alcalde y dos veces diputado federal. Pero la novedad de su presencia fue borrada por la combinación de intereses que lograron Madrazo y Elba Esther Gordillo, la proteica e incombustible dirigente real de los maestros sindicalizados.
Beatriz Paredes cargaba consigo, además, la derrota de Francisco Labastida. Por supuesto, no sólo ella ostentaba ese estigma. Pero con él a cuestas se presentó a una elección interna en que los alineamientos de cada fórmula contendiente compitieron en desplegar los métodos que hicieron tristemente célebre al PRI. Arturo Montiel no es, en ningún sentido, mejor que José Murat. Pero fue más eficaz el oaxaqueño que el mexiquense en el viejo estilo de inflar votaciones. Cada uno encarnó el papel de los gobernadores en la disputa interna por el poder. Paredista Montiel, madracista Murat, es probable que ninguno de ellos lo fuera en sentido estricto, sino que al promover a sus candidatos buscaran trazarse su propio camino. Quizás ambos ganaron. Y Madrazo. En cambio Beatriz Paredes perdió. Y perdió dos veces. Fue derrotada cuando en las urnas aparecieron muchos más votos en favor de su contendiente, notablemente inflado el número en Tabasco y en Oaxaca. Pero perdió también al no denunciar la elección por las trapacerías cometidas de uno y otro lado. Al admitir el resultado de una elección trucada y no ser consecuente con la descalificación que ella misma había emitido o impulsado, se privó también de la posibilidad de ser, como pudo ser, una suerte de conciencia vigilante dentro de su partido.
También le fue costoso el segundo momento estelar que vivió este año. Elegida presidenta de la mesa directiva de la Cámara para ejercer durante un año completo, quedó en el trance equívoco de prolongar su mandato por 100 días más, que concluyeron el domingo pasado. Cuando lo comenzó, el 1o. de septiembre del 2000, en un discurso pleno de enjundia dibujó la posibilidad que tenía el PRI de ser una oposición al mismo tiempo tenaz y flexible. Pasado un año, desprovista de autoridad, aceptó ser parte de un juego ajeno que impidió al PRD encabezar la Cámara. En la legislatura anterior, diputados de cada uno de los tres partidos mayores presidieron la mesa directiva. Así debía ocurrir de nuevo. Y así estaba ocurriendo: tras un panista, una priista quedó a cargo de dirigir los debates y representar a ese órgano del Poder Legislativo. Acción Nacional decidió que no fuera así y tentó a Beatriz Paredes con el protagonismo de un hito histórico y ella cedió a la seducción. Se convirtió en la primera diputada que contestó a tres informes presidenciales, uno a López Portillo, en la cumbre de un presidencialismo faraónico, y dos a Vicente Fox, los dos que ha pronunciado en la alternancia que le correspondió encarnar. Pero la calidad del mensaje en la tercera respuesta -notoriamente menor que la del año pasado- evidenció el alto precio que la diputada Paredes habría resuelto pagar.
Con todo, lo ocurrido este año es apenas un breve episodio en una biografía nutrida, que dio a Beatriz Paredes un equipaje bien surtido para su transitar político. A partir de ahora podrá desplegar, sin ataduras, su verdadero talento político. Nada le ha sido gratis, pero lo obtuvo conforme a estilos en que bastaba contar con el apoyo de un gobernador y un presidente. Con esas reglas progresó: fue diputada local, federal varias veces, senadora y gobernadora de su estado. Fue secretaria general de su partido y dirigente de la Confederación Nacional Campesina. Subsecretaria de Gobernación en momentos contrastantes, fue también embajadora. Con esos títulos nada hay de extraño en que, cuando se abren las cábalas que suponen posible una Presidenta de la República en el 2006, su nombre aparece en todo elenco deseable.
Pero esa fecha está aún lejana. Para llegar a esa meta, si la desea, Beatriz Paredes requiere cubrir otras etapas. La más inmediata es la de su propia reconstrucción. No es que haya quedado demolida, por supuesto (aunque intentos por lograrlo no faltaron). Se trata de una nueva hechura que elimine los rastros del autoritarismo en que inevitablemente se formó y que desecha tan pronto es consciente de que puede dominarla. La mujer demócrata que hay en ella debe prevalecer por encima de atavismos y conveniencias. La suerte de su partido depende en buena medida del camino que elija Beatriz Paredes.