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Brasil dice “no” a los mercados

Fernando Solana

Las elecciones presidenciales de Brasil tienen un significado que va más allá del mero triunfo de un candidato de izquierda.

Se trata de una decisión nacional de enorme trascendencia. Los brasileños han confirmado su voluntad nacionalista, han dado un sentido mucho más propio a su democracia y, unidos, han resuelto enfrentar las presiones y los intereses de Washington y de los centros de poder financiero del mundo global.

Cuando las encuestas empezaron a señalar al líder del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, como el puntero para las elecciones presidenciales, Washington y los mercados internacionales dijeron: “ése, no”.

Acostumbrados a decidir lo que después habrán de votar los electores, empezaron a posponer e incluso a retirar sus inversiones del país más grande de América Latina. En sólo cinco meses, el real pasó de 2.25 por dólar a 3.95, y el “riesgo país” de mil 100 a 3 mil 100 puntos.

En otras palabras: Washington y los mercados le dijeron “no” a Lula. Y los mercados han sido los que durante los últimos años han decidido prácticamente todo lo importante en el mundo de las “democracias occidentales”.

Lo que las encuestas miden realmente es la eficacia de la publicidad. Los ciudadanos eligen, después de estar sometidos a campañas de propaganda que invaden los medios informativos, los hogares e incluso las mentes de compradores y votantes. Quienes pueden financiar la mejor y más penetrante mercadotecnia suelen decidir por los demás lo que debemos comprar, a quién debemos admirar, a quién temer u odiar, y por quién votar.

En las democracias modernas los partidos proponen, los centros financieros y de poder deciden y los ciudadanos -después de tragarse toda la propaganda- votan. Por ello, los analistas pensaron que la candidatura de Lula era sólo un sueño carioca más del líder brasileño, imposible de realizar.

Durante las últimas dos décadas la democracia electoral se ha consolidado en América Latina. También se han consolidado la pobreza, el estancamiento económico y la polarización del ingreso. Vale por ello preguntarse: ¿de qué democracia hablamos? Si por democracia entendemos la distribución equitativa de la riqueza, del poder, de los conocimientos, de las oportunidades, en fin, del bienestar de las personas, no la encontramos en América Latina. Si nos conformamos con los mecanismos electorales que reproduzcan los prevalecientes en los países más avanzados, no hay duda que ya los tenemos en casi todo el continente.

Estos mecanismos electorales equilibrados, confiables, más o menos equitativos y transparentes, pero finalmente dominados por la propaganda y los grandes recursos que se destinan a ella, es sólo una democracia de mercado.

Pero Brasil reaccionó a la devaluación, a la huida de capitales y a la elevación de las tasas del riesgo país, aumentando su preferencia por Lula.

Luiz Inácio no titubeó. Y fue cada día más claro: “Brasil tiene que cuidarse”. “Queremos que sobreviva nuestra industria y nuestra agricultura”.

“De cada diez palabras que pronuncia -Bush- nueve son para provocar una guerra”.

Más que un acuerdo de libre comercio, el ALCA “sería un proceso de anexión económica del continente”.

Es la cuarta vez que Luiz Inácio intenta llegar a la presidencia. Pero en ésta, además del respaldo de su partido, brasileños de todos los grupos sociales decidieron apoyarlo, incluso importantes empresarios cansados de las políticas económicas restrictivas.

La decisión de Lula de invitar a José Alencar -hombre respetado, una de las mayores fortunas del Brasil, cuyas empresas dan ocupación a 300 mil personas- a que lo acompañara como vicepresidente en la fórmula electoral, fue definitiva. Los mercados reaccionaron. Pero no era fácil que Alencar junto con otros empresarios brasileños decidieran ponerse del lado del líder de la izquierda. Todo indica que lo hicieron por tres razones: por cansancio, por amor y por interés. Cansancio, por la ineficacia de las políticas económicas que han logrado dar a la región estabilidad pero que hace 20 años tienen estancado su crecimiento. Amor por Brasil. E interés por no quedar fuera de un gobierno al que el pueblo, agobiado por la pobreza, llevará al poder dándole una fuerza y un liderazgo sin precedente.

Brasil tiene una situación de retraso y desigualdad incluso peor que la de México. Sus índices de desarrollo humano están abajo de los nuestros. Su deuda externa equivale a una tercera parte de la total de América Latina. Al dar su apoyo a la izquierda, los empresarios nacionalistas de Brasil están haciendo una enorme apuesta: buscar nuevas soluciones al estancamiento de las últimas dos décadas y conservar en manos de brasileños la economía de su país.

Hoy, si todo ocurre como anuncian las encuestas, Brasil estará dando un salto cualitativo.

¿Seguirá todo igual en el resto de América Latina? ¿Será México capaz de abrirse también nuevos espacios y opciones?

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