El acto oficial que lleva a cabo la Iglesia Católica para canonizar a una persona tras un serio y concienzudo proceso eclesiástico, llevado ante la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, para probar la heroicidad en la vivencia de las virtudes humanas y sobrenaturales, es simplemente la proclamación oficial de que esa persona con toda seguridad está gozando de la gloria eterna y por ende se puede plantear como modelo de vida a seguir, además de que se le puede considerar intercesor o abogado ante Dios de quienes aún nos encontramos en este mundo desarrollando nuestro particular camino hacia la santidad.
Por supuesto que no sólo los que se encuentran en ese Canon oficial de los proclamados por la iglesia santos, son específicamente los que se encuentran gozando de esa gloria eterna. Muchos millones de hombres y mujeres gozan de esa visión beatifica merced principalmente a los méritos redentores de Jesucristo y al esfuerzo continuo de cada uno de esos individuos que han alcanzado el destino glorioso que Dios a todos nos tiene reservado, pero que reclama el esfuerzo continuo para hacer buen uso de nuestra libertad, prefiriéndonos a nosotros mismo y no a ese Ser infinitamente bueno que nos ha creado de la nada y nos mantiene en la vida y en su Amor infinito.
La canonización, o proclamación solemne de la santidad de vida de un siervo de Dios, significa a decir del Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte la consumación de esa propuesta de ideal de perfección que nos hace Cristo a todos los cristianos: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
En el referido documento proclamado por Juan Pablo II al término de Año Jubilar 2000 explica el Santo Padre en su punto temático numero 31, el sentido que le ha impreso él a las 1460 canonizaciones llevadas a cabo a lo largo de su pontificado: “...Como el Concilio Vaticano II explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos ‘genios’ de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha permitido beatificar y canonizar en estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida...”
El domingo 6 de octubre es proclamado solemnemente santo un sacerdote español que desde el 2 de octubre de 1928 proclamó ese ideal “tan antiguo y tan nuevo como el Evangelio” de la vocación universal a la santidad. Proclama que es justamente la que cierra la cita literal del Papa, pero que incluso fue tachada por algún eclesiástico como herética, en los años en los que Josemaría Escrivá de Balaguer vio con toda claridad lo que el Señor le pedía a través de la fundación del Opus Dei, realidad eclesial que se encuentra diseminada por todos los continentes y que ha servido para que centenares de miles de personas se decidan a amar apasionadamente a Dios y a sus criaturas y a buscar la santidad en medio de las actividades ordinarias de la jornada, santificando el trabajo, santificándose en el trabajo y santificando a los demás a través del trabajo.