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Cesare Lombroso

Gilberto Serna

Es aterrador asomarse al bajo mundo donde reina el hampa a la que parece no se le va a dar alcance, ya que de acuerdo con un análisis comparativo ocupamos en el concierto de 58 naciones el nada honroso primer lugar en materia de secuestros, robo con violencia, homicidios intencionales y lesiones graves. Se dice que esto ha dado lugar a que varias empresas hayan huido presurosas ante la incontenible ola de crímenes. Agregando que los pagos por corrupción que se ven obligados los inversionistas extranjeros a desembolsar, si quieren instalarse en la geografía mexicana, equivale a un “impuesto” de un 15 por ciento. Esto de una manera u otra está frenando la inversión extranjera que prefiere irse a radicar a otros países donde encuentran mejores condiciones para desarrollarse.

Eso quiere decir que nuestras autoridades o no están haciendo su trabajo o lo están haciendo mal. Esto visto desde la óptica de los empresarios que están preocupados por los “avances y retrasos” que advierten en el ejercicio del mandato del actual régimen. Eso nos hace preguntarnos ¿qué hay detrás de lo que pudiera considerarse como un fracaso en el combate a la delincuencia? No hay la menor duda de que tenemos graves problemas de inseguridad. La clave parecería ser: descifrar si los delincuentes nacen, como los identificaba el médico y criminalista Cesare Lombroso (1835-1909) con una característica patibularia, o es la sociedad la que con sus ribetes consumistas, su acaparamiento de la riqueza, va moldeando el carácter del ciudadano orillándolo a una vida criminal.

De lo visto en años pasados era poca la atención que se prestaba a los cuerpos encargados de perseguir, atrapar y juzgar a los autores de una bribonada. De ahí que se contara con un bajo presupuesto que trajo como consecuencia la impunidad. ¿Cuántos delitos de los que usted haya tenido conocimiento se han resuelto atrapando al delincuente? Será verdad que cuando se logra poner tras las rejas nada se gana porque los centros mal llamados de rehabilitación no son tal, sino verdaderas escuelas del crimen, conformándose la sociedad con verlos hacinados en una maloliente crujía. No es lo mismo un rufián con dinero, en esta sociedad tachada de hipócrita, que un gañán sin recursos económicos. El primero anda por la calle, en tanto que el segundo se pudre encerrado en una inmunda celda.

Si lo anterior nos deja anonadados, bueno, es justo decir que el delincuente común al fin y al cabo arriesga su pellejo, no así el malhechor de cuello blanco que se pasea con insultante desfachatez, satisfecho de vivir en un país donde la justicia no acostumbra a vendarse los ojos. La codicia oficial nos deja mudos de asombro. ¿Es acaso que nuestra burocracia no puede ser metida en cintura? Lo dijo el Secretario de la Contraloría, nada menos que el encargado de perseguir a los depredadores de los recursos públicos. De vez en cuando con acento conmovido, haciendo énfasis en cada palabra, mirando fijamente a las cámaras de televisión que los enfocan en un close-up, chasqueando la lengua, nuestros políticos en el candelero presumen que han erradicado la corrupción. Habremos de decir que si no se puede acabar con los forajidos que tenemos en casa, ¡cómo, demontres!, haremos para acabar con los que andan sueltos en la calle.

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