Hace días fue 2 de noviembre, “Día de los muertos” es una fecha de aniversario que remueve sentimientos, recordándonos a nuestras personas queridas que ya no están con nosotros.
¿Qué tiene que ver esto con la odontología?, desde días antes a esta fecha empieza a sentirse la víspera, y me llamó la atención que una gran cantidad de pacientes, el saludo fue: ¡Apenas tengo tiempo para mí! No tengo tiempo para dedicarle a mi salud bucal y cuando menos esperemos no nos dimos el tiempo para “nosotros” y los nuestros sólo nos recordarán, ya no seremos parte de este mundo, todo nuestro correr ya no es necesario, y probablemente por dedicarle tiempo a tantas cosas no atendimos algunas prioridades importantes como nuestro cuerpo (incluyendo la boca) y probablemente parte por lo que nos fuimos antes de tiempo de este mundo fue por no cuidarnos, recordemos que la prevención es importantísimo para la salud.
Curiosamente reencontré esta reflexión de Ana María Rabatte que me gustaría compartir y nos ayude a recapacitar en lo más importante.
Un día la hoja caída seré yo
La semana pasada fui a un sepelio, éramos muchas las personas que asistimos, acompañando a la familia en ese momento tan difícil, el féretro bajaba lentamente a descansar para siempre en la tierra, y en esos momentos pensé: Un día la hoja caída seré yo. Hermano, es para ponernos a reflexionar ahora, pues de qué nos sirve a los hombres vivir tan de prisa, andar tan angustiados por tantas cosas serias que nos han tocado vivir, si un día no muy lejano, seguramente la hoja caída seré yo. De qué sirve estarme ocupando en adquirir tantas y tantas cosas materiales y llenarme de vanidad y orgullo, haciendo a un lado a las personas que considero, según mi autorizado criterio, de mucho menos categoría o inteligencia que yo, sin aceptar que todos somos exactamente iguales por ser hijos de Dios por lo tanto son mis hermanos, y que si no los trato como mi padre quiere, no estoy cumpliendo, debo recordar que un día la hoja caída seré yo. El día que el Señor lo permita, sé que todo absolutamente todo seguirá exactamente igual que como lo veo hoy, las tiendas seguirán vendiendo, los niños jugando, las personas viendo su novela preferida de T.V., los viajeros en su caminar por las carreteras, los aviones acarreando gente, en fin, unos llorando y otros riendo como es normal en la vida, y yo me siento tan importante, debo mentir profundamente que Dios me ha dado un tiempo quizás ya corto, mucho muy corto para tratar de hacer el bien por consiguiente, lo que haga hoy, ya no lo podré hacer mañana, piensa hermano, ¿quién tiene seguro el mañana? ¡Nadie! Y algún día no muy lejano la hoja caída seré yo. De nada sirven envidias, celos, rivalidades en cualquier terreno, divisiones familiares por dinero o cariño mal entendido. ¡Nada es más válido! Eso me priva de libertad y me resta felicidad, pero esa felicidad que hoy puedo fabricar a raudales para mí y para los demás, tengo que estar muy consciente de que debo cambiar yo y después ayudar a los demás, pensando que algún día la hoja caída seré yo.
Dios me espera siempre con los brazos abiertos, reconozco que es mi padre y si estoy convencido de que me ama, nada puede apartarme de la serenidad de cumplir mi día, de gozar a mi familia, a mis amigos, a todos los que me rodean.
Hermano, es hora de detenernos y entender que la humildad la sencillez son maravillosos medios para vivir en armonía total, pensando que la vida es breve, muy breve, tengo que darme a los demás y entregarme a servir porque soy administrador de Dios, de sus bienes materiales y espirituales, si yo llevo bondad, ternura, comprensión, amor y si los demás encuentran en mí un recipiente para derramar sus lágrimas, tengo que saber escucha y consolar porque un día la hoja caída seré yo y el mundo seguirá igual sólo quedará en los corazones de los hermanos el haber tratado de dar Dios a las almas.