Hay un viejo chiste en el idioma inglés que les quiero pasar al costo. Se dice que la palabra “Política” (Politics) etimológicamente es la más precisa de todo el diccionario, dado que está formada de “Poli” (muchos) y “Tics” (piojos). Como se puede ver, en los países sajones la noción de que esa noble labor está a cargo de parásitos chupasangre no es muy distinta de la que, nos dicen las encuestas, predomina en las naciones latinas y de temperamento más cálido.
Lo cuál no debería extrañarnos. Incluso en países con una sólida institucionalidad democrática y larga experiencia en lo que a rendición de cuentas se refiere, la corrupción está presente. No sólo eso: la ciudadanía considera que es algo inevitable. Un estudio realizado por la Universidad de Guelph, en Ontario, muestra que casi un 70% de los canadienses piensa que el sistema político está corrompido hasta las cachas. Además, prácticamente el mismo porcentaje opinó que seguirá habiendo corrupción en la política... en tanto existan los políticos. Ya encarrerada, la gente agarró parejo: según su opinión, los gobiernos provinciales estaban tan podridos como el federal. Únicamente los gobiernos locales se “salvaron” (bueno, es un decir): sólo un 53% los consideró al menos parcialmente corruptos.
Que en un país tan exitoso y relativamente libre de grandes broncas como Canadá exista una opinión tan negativa de los políticos podría, una vez más, resultar sorprendente. Pero esos resultados creo que se le pueden atribuir, precisamente, a una característica muy canadiense (y que los aleja de la moralina de los americanos): el pragmatismo. Detrás de las cifras está el reconocimiento de que mientras haya humanos, habrá corrupción: ello es inevitable. En tanto no exista una forma de eliminar el factor humano de la función pública, habría que resignarse a la existencia de tan nefasta práctica.
Eso sí, está más difícil que la corrupción se presente si hay que pagar las consecuencias. Ésa es la diferencia básica entre el Primer y el Tercer Mundo. En ambos ámbitos hay corrupción. Pero en el Primero, con mucha frecuencia, quienes la hacen la pagan... así sea simbólicamente. En cambio en el Tercero, los corruptos con frecuencia no sólo resultan impunes, sino que hasta prosperan. Vaya, pueden llegar a ser líderes de un partido político y aspirar a la Presidencia de la República dentro de cuatro años. Ésa es, en unas palabras, toda la diferencia; no hay misterio ni secreto: el gran problema no es la corrupción, sino la impunidad.
Lo del castigo simbólico tiene que ver con que siempre hay vivos que hallan maneras de sacarle la vuelta a la justicia... pero no a la opinión pública. Tómese como ejemplo un caso muy sonado en Canadá este año. Art Eggleton, Ministro de la Defensa en el gabinete del Primer Ministro Jean Chretien, comisionó un estudio sobre quién sabe qué arcanos a una firma relativamente desconocida y cuya experiencia jamás había estado en esa área. Gracias a que, por ley, todos los contratos del gobierno de Ottawa pueden ser consultados por cualquier hijo de vecino (y a ver cuándo llegamos ahí en México), alguien descubrió varias cosas a cuál más de interesantes: a) Que ese estudio era patentemente innecesario, dado que la conclusión del mismo era que los helicópteros pueden volar o una tontería por el estilo; b) Que los 36,500 dólares canadienses (unos 23,550 americanos) pagados por el estudio eran un atraco en despoblado, dada la calidad del mismo; c) Que la dueña de la oficina encargada del estudio años atrás había sido compañera de cama del susodicho Ministro; y d) Que la dama antes mencionada es una rubia todavía güenona cuyo mantenimiento hubiera sido lamentable descuidar (esto último es apreciación mía, pero no pude resistir el meter mi cuchara).
Como es de comprenderse, estalló el escándalo. Sin embargo, formalmente no se le podían levantar cargos a Eggleton, porque no había hecho nada ilegal: Contratos de ese tamaño no tienen que ser concursados, la dama entregó el estudio por el que se le pagó, y tan tan. Sin embargo, se armó tal tremolera, que Chretien se vio forzado a despedir a su colaborador. El Primer Ministro racionalizó la situación de una manera contundente y filosófica: “Estas cosas pasan”, declaró. Pues sí. Sólo esperamos que la dama haya sido agradecida con quien se sacrificó por su bienestar.
A veces la corrupción no tiene que ver con el dinero, sino con el mero estatus. En México estamos acostumbrados a que ciertos miembros del Poder Legislativo Federal (algo así como el 49.9% de ellos) falten con puntual regularidad a las sesiones de la Cámara que les corresponde. Lo cuál no es otra cosa que un fraude: ¿o cómo se llama al cobrar sin trabajar? ¿Cuánto aguantaría un patrón a un haragán que va un día sí y otro no a cumplir con su deber (y eso, quién sabe...)? En Canadá también hay un régimen bicameral, aunque con muy notorias diferencias. Una de las más interesantes es que al Senado pueden ingresar, de manera vitalicia, personas designadas por el Primer Ministro, generalmente a manera de premio por apoyos políticos. Como esa Cámara no tiene muchas funciones prácticas, a nadie le importan gran cosa los senadores ni electos ni designados, quienes además tampoco ganan un sueldazo que digamos.
Pero claro, no hay que descararse.
Hace tiempo, alguien descubrió que un Senador designado tenía años de no pararse en la Cámara (aunque eso sí, su salario era religiosamente cobrado cada mes). Incluso había colegas que no recordaban siquiera su existencia. La prensa se interesó en el asunto y al rato un sabueso logró descubrir que el Senador tenía algún tiempo viviendo en Cabo San Lucas, disfrutando del sol, la observación de tangas y el buceo. Los periódicos lo bautizaron como “The Siesta Senator”; no sé de cierto si porque siguen creyendo que en México todos nos las pasamos jetones de dos a siete; o porque el susodicho legislador pretextó tan sana costumbre para sus (además nada notables) ausencias. Nadie le tocó un pelo a tan egregio Solón.
Claro que, en comparación con las andanzas de los especímenes latinos del mismo género, los ejemplos antes citados resultan hasta conmovedores por lo inofensivos. ¡Menos de un cuarto de millón de pesos a la ex amante! ¡Vacaciones pagadas unos años! ¡Ja! ¡Que se den una vuelta al muelle de San Diego que los locales llaman, por la profusión y propiedad de los yates ahí anclados, “de los gobernadores mexicanos” ¡para que vean lo que es bueno! O que aprendan del diputado brasileño que, ante lo inexplicable de su fortuna, aseguró haberse sacado la lotería ¡ciento veinte veces seguidas! Ese cinismo ni Madrazo, la verdad.
En fin, que en todos lados se cuecen habas... y en todos lados se desdeña a los políticos. Y en todas partes, según parece, éstos siguen creyéndose incomprendidos por el pueblo al que con tan sabia mano guían... y esquilman, de una u otra manera.
Claro que mal de muchos...
Que les aproveche el domingo.
Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx