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Cualquier semejanza con la relidad es pura concidencia

ENRIQUE ESTRADA ANÚNEZ

La historia que se narra a continuación pudo o no haber ocurrido, en algún país o en ninguno, puede ser reciente o antigua, eso es lo de menos.

Es importante destacar que, toda vez que los hechos pueden ser ficticios o no, cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

Érase una vez, en algún país o en ninguno, que la mayoría de sus habitantes no cumplían con sus obligaciones fiscales y no era, como pudiera suponerse, por protestar contra alguna ley sino simple y sencillamente porque no querían convertirse en víctimas del más grande fraude financiero de la historia. Para esas personas no tenían ningún significado las diversas frases que, de alguna u otra manera, los conminaban a contribuir con su parte justa. Esas personas, en el colmo de la desvergüenza, incluso se negaban a guardar silencio, arguyendo ?entre otras cosas- que no podían permitir que sus compatriotas siguieran siendo defraudados por los órganos fiscalizadores del gobierno. Miles de personas habían aprendido que es conveniente pagar impuestos, sin embargo gracias al ruido de los rebeldes empezaron a cuestionar sobre si la forma en que tributaban era la mejor y, además, si los recursos se empleaban de la mejor manera posible. El medio se contaminó ya nadie estaba conforme únicamente con pagar, ahora exigían cuentas claras. ¿Qué hicieron los rebeldes? ¿Acaso no se dan cuenta que va contra la naturaleza el que los patos le tiren a las escopetas? ¡Por Dios, un padre jamás le haría daño a un hijo!¡Cuanta ingratitud! Las leyes, aún las fiscales, son duras y deben ser respetadas por los gobernados. Pero ese no era el punto de discusión, el problema era el hecho de que los ciudadanos que cumplían se convertían en víctimas de un fraude. ¿Qué es un fraude? ¿Alguien está burlando los derechos de la sociedad? No, de ninguna manera ?les repetían una y otra vez los representantes del gobierno- ustedes reciben servicios más valiosos a cambio de lo que contribuyen y, por si fuera poco, sus representantes son numerosos y muy bien pagados por lo que ustedes deberían sentirse orgullosos, ¿Acaso les gustaría vivir en un País con pocos representantes y que, además, percibieran el mismo sueldo promedio que ustedes? ¿Verdad que no? ¡Claro que no, sería una vergüenza! Terminaban de esa manera, invariablemente, los argumentos de los distintos funcionarios.

A pesar de esos argumentos tan sólidos, nunca faltaban los que todo lo cuestionan y, una y otra vez, daban rienda suelta a sus inquietudes: si es obligación de todos contribuir ¿Por qué sólo algunos lo hacen? ¿Por qué siempre los mismos tienen que soportar burdas acusaciones? ¿Por qué se permite que los informales, los clandestinos ?o como se les quiera llamar- sigan evadiendo sus responsabilidades? El verdadero fraude financiero lo cometen los distintos funcionarios mediante la errónea interpretación y en la indebida aplicación de las leyes fiscales y al no aplicar lo recaudado en forma óptima y esto, no era pregunta, era una afirmación. ¿Cómo alguien en su sano juicio, aún perteneciendo al gobierno, puede apoyar ese tipo de disposiciones y actuaciones? Por supuesto que no los disidentes, para ellos era inconcebible permitir que alguien fuera sometido por el abuso de poder emanado de las desafortunadas leyes. En la efervescencia del momento no faltó quien se atreviera a desafiar directa y abiertamente a los representantes del estado.

Todo parecía tan sencillo que las frases, en su mayoría espontáneas, parecían haber sido preparadas con años de anticipación: la seguridad social es muy cara y eso no sería problema si el servicio cubriera las necesidades de todos, pero ni siquiera una empresa de salud puede funcionar adecuadamente si del total que le ingresa el 70 por ciento lo destina al pago de su personal; si los energéticos son de la sociedad resulta difícil entender por qué en los países que nos los compran sus habitantes los adquieren a precios más bajos que nosotros; y en los mismos términos seguían los cuestionamientos al gasto público en educación, desarrollo social, infraestructura del país, etcétera y más etcétera.

¿Pero quién se han creído que son? ¿Acaso un hijo tiene derecho de cuestionar como se reparte el pan en su casa? No sean tontos, por Dios, todo lo que se hace y, aunque no lo crean, lo que se deja de hacer es por su propio bien.

Recuerden que los empresarios, esa clase cada vez más escasa, no han podido ?ni con todo el apoyo que les hemos dado- generar los empleos requeridos, luego entonces nosotros haciendo un gran esfuerzo hemos subsanado ese problema incrementando el personal en las distintas empresas e instituciones de gobierno.

Y así como esa, los instalados en el poder, tenían una respuesta para cada cuestionamiento. Los incrédulos no sólo necesitan respuestas, coincidían todos los funcionarios, por su bien necesitan -¡urgentemente!- de reprimendas; tienen que aprender a vivir, o sobrevivir, como lo dispongan los gobernantes ya que de lo contrario se generaría un caos que arruinaría esa apacible y justa forma de vida.

¿Cómo terminó la historia? Hasta ahora no ha terminado y, quién sabe, tal vez nunca termine.

E-mail: eea@prodigy.net.mx

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