No sólo por medio de los impuestos sufre la provincia mexicana los efectos de la centralización que padecemos. Toda la vida pública y privada está viciada de un centralismo feroz, que ahoga a las entidades federadas y evita que se desarrollen en lo económico, lo político y lo social. El país es como lo desean quienes lo gobiernan desde la capital, no como lo quieren los que lo habitan.
El presidente Fox Quesada ha dicho, en repetidas ocasiones, que esa práctica autárquica ha sido abandonada; pero vemos con frecuencia y con tristeza cómo el centralismo emerge, relevante, en cada uno de los múltiples problemas que padece nuestra lastimada República. Así se trate de la compleja problemática del campo mexicano, o de su relación con el comercio internacional, o las difíciles condiciones que enfrentan los hombres que se ganan la vida en el mar por medio de la pesca, o cualesquiera usted, lector, de las actividades productivas del país, todas tienen como vicio común un sistema centralista de concentración de poder y dinero.
Sucede en el ámbito social, con demasiada frecuencia. Los hombres y mujeres pensionados por el Seguro Social, por el ISSSTE, por ene o zeta organismo federal y por los mismas estados de la República, padecen hambre y necesidades sin cuenta pues las flacas mesadas que se les entregan resultan insuficientes para garantizarles un mínimo de bienestar. Y si tal acontece con quienes están protegidos por instituciones de servicio social, ¿cómo la han de pasar los cientos de miles mexicanos que vivieron toda su existencia ajenos a la protección de tales organismos? Ellos claman, con dolidas voces, ante el Presidente de la República, nuestro Tata, padrecito y amparo, pues así lo consideran. Y el Presidente se niega. No puede auxiliarlos. De hacerlo, México sufriría una espiral ascendente inflacionaria. ¿Qué diría el Fondo Económico Internacional? ¿Qué el Banco Mundial? ¡Con qué le saldría a los 8 estadistas de los países más desarrollados de la Tierra?
Por esa misma razón no hay de piña para quienes piden que se les mejoren los salarios, que se les incrementen las prestaciones sociales, que se les garanticen mejores condiciones de vida. ¡Vade retro, tentación populista! El compromiso internacional que el país debe honrar no es con su gente, sino con el mundo globalizado: el dinero del petróleo, el de los impuestos, el que ingrese por la venta de las empresas estatales, el ahorro para el retiro que los mexicanos depositen en los bancos sólo puede servir al equilibrio del sistema monetario. Gastarlo en programas sociales, en atender necesidades de los gobiernos de los estados, en mejorar la salud, la educación, la seguridad, eso no es posible. Los índices financieros macroeconómicos reclaman una mejoría constante en sus objetivos mundiales.
Pero no se angustie, asombrado lector: Nadie puede hacer nada por mejorar la situación de éste o de cualquier país. Los políticos se declaran impotentes en todo el mundo. Su voz clama en el desierto. Ni siquiera los ecologistas pueden reclamar, con visos de éxito, alguna solución para los diversos problemas de la Naturaleza. En el mundo neoliberal todo reclamo, protesta, demanda, denuncia, debe deslizarse suavemente, a riesgo de merecer la represión del poder público.
Pocos políticos se atreven a poner condiciones, establecer cotas o exigir mínimos de responsabilidad ecológica a las empresas que contaminan, que desnaturalizan el ambiente en que viven las nuevas generaciones o las que agotan por consumo exhaustivo los recursos naturales de las naciones. Un día, el líder de los conservadores en el Parlamento Europeo, Edward Mc Millan, decidió oponerse a la operación de la compañía Shell en un país africano. “¿Cómo hará su protesta? lo cuestionó un periodista. Muy orondo, Mc. Millan respondió: “¡Dejaré de llenar el depósito de mi automóvil con gasolina de la Shell” Quien describió el incidente comentaría: “Según parece podía mucho más como consumidor que como político”.
Debe angustiarnos cómo habrán de resolverse los problemas mundiales, qué remediará el hambre de los depauperados, con qué se calmará la necesidad de quienes sufren en el mundo. Necesitamos que surjan líderes que enfrenten los problemas de una sociedad tan dominada y desvalida. El presidente Vicente Fox podría convertirse en un líder para el México que lo eligió en 2 de julio del 2000, en vez de ser antagonista de quienes desean un verdadero cambio nacional. Encabezarlo, en vez de combatirlo. Protagonizarlo en lugar de ponerle dificultades. Inventar un nuevo país donde reine la justicia, se disfrute el bienestar y se garantice la paz social. Y no es difícil. Cuestión de que defina sus preferencias.