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De independencia y soberanías

ALFONSO LUQUÍN CALVO

Cuando en una rama de producción existen las suficientes empresas, con un tamaño y una porción del mercado similar, se tiene lo que se ha dado en llamar una ?competencia perfecta?. La competencia entre ellas, termina por hacer prevalecer a unas cuantas sobre las demás, empezando un proceso de concentración de la producción y dominio de un mayor segmento del mercado; sus mayores ingresos las colocan en una situación ventajosa y dado un determinado momento, se encuentran en posibilidades de absorber o subordinar a las más pequeñas.

Existen muchas formas para ello, que van desde la simple actuación conjunta en el plano comercial, para obtener mejores precios de los proveedores, descuentos, etcétera, hasta la fusión total y completa. En uno de los puntos intermedios, es posible que adquieran parte de su propiedad, la suficiente como para poder intervenir en la empresa y orientarla según su propia conveniencia, ya sea desde el punto de vista técnico o desde el punto de vista del mercado. Esto sin duda alguna, significa la pérdida de independencia económica de unos, en la medida en que se encuentran subordinadas a otra.

Ahora bien, este dominio debe traducirse en la posibilidad de obtener mayores utilidades a través de la manipulación de los costos, pero sobre todo de los precios. Sin embargo, cabe siempre la posibilidad de que estos mayores precios atraigan nuevos inversionistas y se conviertan en competidores reales; y si esta nueva participación en una rama de producción es de empresas grandes, ya existentes, pero que se desenvuelven de manera monopólica en otras ramas distintas, la victoria no resulta nada fácil, y esta competencia potencial puede frenar las alzas de precios que suelen caracterizar la actuación de los monopolios.

Cabe entonces preguntarse, cuáles son los mecanismos económicos que permiten a las empresas sostener su condición de monopolio; cuáles son las armas con las cuales pueden luchar las grandes corporaciones en contra de la competencia potencial o real de otra gran corporación. La principal de ellas es el control sobre las fuentes de materias primas o el dominio sobre las instalaciones necesarias para desarrollarla. Controlando esto, resulta prácticamente imposible para otra empresa, por más grande y poderosa que resulte, el entrar a una rama de producción determinada y competir exitosamente. En segundo lugar, y de manera no menos importante, tenemos el control de los recursos financieros; es decir, la monopolización del dinero susceptible de ser dado en préstamo y sin el cual resulta asimismo imposible el sostener la lucha por la supervivencia. Este aspecto lo podemos constatar en la estrecha fusión entre el capital industrial y el capital bancario, y de estos con el mercado de valores. De esta forma, un determinado grupo industrial utiliza los fondos captados por la institución financiera a la que se encuentra unido y cancela la posibilidad de su utilización por un competidor.

Desde luego que la creciente concentración de los recursos en unos cuantos bancos, dueños al mismo tiempo de las principales sociedades de inversión y casas de bolsa, acelera este proceso y lo lleva hasta su extremo.

La tercera condición básica pertenece al terreno político. Estas auténticas oligarquías financieras, dueñas del dominio de las materias primas, poseedoras de una estructura industrial difícil de empatar y con el control de los recursos financieros, cabildean, sobornan, corrompen a políticos y funcionarios públicos con el fin de obtener o retener concesiones, licencias, etc. Asimismo, se convierten en los principales donantes de campañas políticas con el fin de utilizar el poder político en su conveniencia. Nada resulta un negocio más jugoso que llevar al poder a un político que les favorezca y les resulta fácil, por otro lado, encontrar políticos deseosos de servirles a cambio de una buena fortuna económica.

En nuestro país, un pequeño grupo de instituciones financieras controlan los mercados financieros, creemos que nadie lo pondrá en duda.

Pues bien, el 87% de todos los activos extranjeros está ya en manos de un puñado de instituciones extranjeras, vinculadas a las principales empresas multinacionales. Por otro lado, han exigido como condición para seguir trayendo capital, que se les entregue el control sobre las principales materias primas estratégicas (electricidad y petróleo). Controlan ya las principales ramas de la producción nacional. Esas mayores entradas de capital pararán en los bolsillos de los políticos y de los empresarios más enriquecidos del país, como ahí han ido, a excepción de la obra pública, con la que siempre podremos presumir desde luego, a parar todos los flujos de capital provenientes de la inversión extranjera y la deuda.

De la misma manera en que las pequeñas y medianas empresas pierden su independencia económica a manos de las grandes corporaciones, o más bien dicho, de la misma manera en que las pequeñas y medianas empresas deben someterse y adaptarse a los deseos de las grandes a riesgo de desaparecer; de la misma manera la nación pierde su soberanía; es decir, deberá someterse -de hecho lo hace ya- y adaptarse a los deseos del gran capital oligárquico multinacional.

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alfonsoluquin@msn.com

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