La línea recta.
Y el cero.
Pronto, conforme fue transcurriendo la vida nos dimos cuenta que era difícil precisar la existencia de ambos.
Por muy exacto que pretendiera hacerse un trazo, algo había que lo distorsionaba.
Igualmente, hablar de la existencia de la nada, era difícil.
Así es la vida misma. Nada es perfecto ni ideal, algo cambia que saca de rumbo lo mejor que se ha trazado.
Y algo existe donde se cree que no hay nada.
También ocurre en los seres humanos.
En muchos de ellos queremos encontrar la perfección y en algún momento nos desilusionamos.
Y entra ahí la desesperación y el malestar de los perfeccionistas, que no aceptan al semejante con sus defectos y virtudes.
Sabio aquél dueño de empresa que un día se reunió con su administrador y muy sereno escuchó las quejas que le daba su empleado sobre el comportamiento y la actitud de los trabajadores.
Cuando terminó de hablar, el superior muy sereno aconsejó utilizar lo mejor de cada trabajador, sus virtudes, aceptando que la perfección no podría existir completa.
Lo mismo pasa con el padre o la madre. Si ellos insisten día tras día, hora tras hora en exigir la perfección en sus hijos, cansarán a éstos y no tendrán el eco y la respuesta deseada.
Porque los reprendidos, a fuerza de tanto regañarlos y llamarles la atención se volverán inmunes, pondrán oídos sordos y menos obedecerán.
Las peticiones para lograr el cambio tendrá que ocurrir en los momentos oportunos y con las palabras y los modos adecuados.
Estamos dentro de un mundo imperfecto donde tenemos que sacar las mejores virtudes con prudencia e inteligencia, de lo contrario fracasaríamos.
Tenemos que aceptar que vivimos en un mundo lleno de imperfectos, pero aquí mismo se pueden lograr muchas cosas buenas con capacidad y buenos modos.