“La guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido” Nietzsche Que lejos se mira la euforia con la que millones abrazaron el nuevo siglo. Mañana la memoria rendirá tributo a los miles que murieron en los actos terroristas más infames de la historia. Y sin embargo no queda claro que las dolorosas lecciones del hecho hayan sido asimiladas. Los sistemas de seguridad de la mayor potencia jamás vista fueron incapaces de contener a un grupo de fanáticos decididos a morir y matar. En el origen está el fanatismo. Ignorancia, miseria y fanatismo van de la mano. Ese es el enemigo común que igual se oculta en Afganistán que en los suburbios de Florida donde prepara cartas con Antrax.
A una año de distancia poco se habla ya de esa miseria como caldo de cultivo del horror. Se olvida que 1,200 millones de seres humanos viven con menos de un dólar diario o que 2,400 millones carecen de servicios de salud. Aún peor, en la cumbre de Monterrey, la nación mayormente afectada, aunque no la única, los Estados Unidos, acompañados de otros miembros ricos de la comunidad internacional, de nueva cuenta se negaron a aportar el necesario 1% de PIB como compromiso mínimo en el combate a la miseria. No pensemos ya en una actitud benévola, filantrópica sino en una fría estrategia de desarrollo para aminorar el riesgo.
A un año de distancia la principal potencia militar del mundo fue incapaz de localizar al jefe visible de la coalición. Una mente tan aguda como perversa y un puñado de seres intoxicados sacudieron al mundo. En el prepotente paso por Afganistán, soldados y cámaras desnudaron las vergonzosas diferencias económicas y culturales. Algunos de los 325 millones de niños sin escuela y de los 854 millones de adultos analfabetas, la mayor parte mujeres, desfilaron por las pantallas conmocionando al orbe.
Eran sólo una muestra, un recordatorio de lo que ocurre en el mundo. Pero eso si, la ayuda económica a África disminuyó en la última década de 39 centavos de dólar a 19. Por ese camino los niños miserables de hoy, de los cuáles 11 millones menores de cinco años mueren como consecuencia de enfermedades prevenibles, serán los miserables padres de la próxima generación.
¿Cuántos fanáticos podrán aparecer allí? Menos de un año después de aquel horror, en Johannesburgo, la sensatez brilló por su ausencia. Se les olvidó que, por ejemplo, dos millones de seres humanos mueren al año como consecuencia de la contaminación y que los 163 millones de niños desnutridos la gran mayoría se encuentra en países africanos condenados a la deforestación, la erosión de sus tierras y el empobrecimiento sistemático de sus habitantes. Esa es una de las explicaciones de porqué 52 países de los 200 que conforman la comunidad internacional terminaron la década de los noventa con mayor pobreza. De allí también los ríos humanos que buscan sobrevivir más allá de sus fronteras. Pero ni siquiera lo ocurrido el 11 de septiembre fue suficiente para provocar sensatez.
Envalentonado, el texano presidente de la mayor potencia del orbe, olvida la sentencia de Thomas Paine: “Cada gobierno acusa al otro de perfidia, intriga y ambición, como medio para caldear la imaginación de sus respectivas naciones para llevarlas a las hostilidades”. Leer la miseria como causa última y emprender una estrategia seria siempre tendrá menor political appeal que perseguir al nuevo monstruo encarnado en Hussein.
De la reactivación de la industria bélica en los Estados Unidos poco se habla. De los cálculos electorales sí. Esa es la otra miseria. Mejor olvidarnos de que el gasto militar global en un año es de 780,000 millones de dólares, cuando sólo se necesitarían 40,000 para cubrir las necesidades básicas de salud, nutrición, educación y planificación familiar del mundo subdesarrollado. Diez veces esa cifra, 400,000 millones, es lo se gasta en el mundo en estupefacientes, en una buena porción dentro de los Estados Unidos.
Los 8,000 millones que se necesitarían para lograr la educación universal son equivalentes a lo que se gasta en cosméticos, 8,000 que se miran pequeños junto a los 170,000 que se gastan en alimentos para mascotas.
Que vivan las mascotas, pero algo en las prioridades está mal.
La nueva fantasía política que el presidente Bush quiere vender al mundo, supone que eliminando al régimen de Hussein los riesgos de violencia desaparecerían. Probablemente Hussein sea el ogro que nos quieren pintar, pero no lo han logrado probar y para todo fin práctico las suposiciones no bastan. Sólo falta que las intuiciones presidenciales justifiquen una guerra. Lo que si no tiene pierde es que la fortuna del respetable Bill Gates llegó a ser el equivalente del PIB de los 48 países más pobres donde viven casi 600 millones de personas. Algo anda muy mal. Naciones Unidas inicia el siglo y el milenio maniatadas por una superpotencia que ya ni siquiera le interesa convencer a sus antiguos aliados, tampoco ir a una “guerra legal”.
Cada vez que se repitan las terribles escenas de los aviones hiriendo de muerte a los majestuosas torres, cuando de nuevo miremos caer a esos gigantes llevándose en la entraña a miles de personas, pensemos que en este primer aniversario el mundo no ha estado a la altura del desafío, que las miserias de todo tipo son muchas. Perseguir a Bin Laden, a los Talibanes, a Al Quaeda y ahora a Hussein es tocar sólo la superficie del problema. Más salud, más educación, más empleos que ofrezcan ingresos suficientes, más justicia global son, a la larga las únicas fórmulas realistas para prevenir el fanatismo.
Los Republicanos pueden recuperar el control del Legislativo y Bush reelegirse después de haber derrocado a Hussein, pero sino leen las razones profundas del odio, todos seguiremos sentados en un polvorín.
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Las relaciones entre México y Estados Unidos siempre han sido complejas. Cada día lo son más. Resentimientos, fobias, desconocimiento, diferencias culturales, pero también un creciente y apasionante intercambio comercial y humano son realidades incontenibles. Ser los representantes de esa nación aquí siempre ha sido un gran reto. Joan y Jeffrey Davidow se van después de cuatro años de un trabajo, serio, profesional, abierto, pero sobre todo sensible. Dejan una larga estela de acciones y amistades. En momentos muy delicados mostraron siempre respeto y discreción. Se puede. Se les extrañará.