Lisboa, Portugal.- En Bali no terminan aun de encontrar los cadáveres y restos humanos, cuando ya estallan bombas en Filipinas y agregan a las irrefrenables listas de víctimas del terror más muertos y cientos de heridos. En Moscú Mc Donald’s es seleccionado para, con una bomba, inyectar incertidumbre y miedo a las calles que ya vieron caer baleado, a unas cuadras del Kremlin, a un gobernador, en el mejor estilo de Al Capone. No hay fronteras ni barricadas eficientes. La policía de Washington parece ratón perseguido. Las escuelas sugieren que los niños no vistan de blanco y, por lo pronto, suspenden recreos y actividades deportivas. El francotirador sigue incontenible su eficiente marcha de muerte. La capital de la máxima potencia conocida por la humanidad, una vez más, desnuda sus debilidades.
Es víctima del terror.
Una gran multitud cruzada por la diversidad, sale a las calles de San Sebastián y grita no a cualquier tipo de nacionalismo impuesto, no a los criterios de limpieza étnica disfrazada, no a la violencia que amedrenta, extorsiona y comprime las conciencias. Allí están las viudas de los concejales muertos a mansalva, del líder socialista Fernando Buesa, del teniente coronel Jesús Blanco y, por supuesto, los profesores universitarios amenazados de muerte. Fernando Savater, el brillante y amable filósofo, con arrojo, más aun con valentía le pone nombre y apellido: ¡ETA NO! Han vencido el miedo, han salido a las calles de la ciudad a exigir algo muy concreto: respeto a las libertades básicas, entre ellas la de creencias. Al día siguiente San Sebastián amanece cubierto de pintas resultado de la visita nocturna.
El nada velado anuncio está allí: la muerte habrá de visitarlos. El optimismo por el encuentro del día previo cede a un silencio: de nuevo el miedo está en la entraña, el terror galopa indómito.
Corea del Norte deja saber de sus investigaciones para obtener armamento atómico.
Un balde de agua fría cae sobre la comunidad internacional. Violando todos los acuerdos de no proliferación de armamento nuclear, burlándose de todos los mecanismos de control de Naciones Unidas, el pequeño país de poco más de 20 millones de habitantes, cuyos índices de bienestar y desarrollo ni siquiera son conocidos públicamente, aparece de pronto como una amenaza guerrera real. No son sólo sus vecinos los que tragan dos veces. Si los tardíos cálculos de los estadounidenses son certeros, los coreanos podrían tener un par de bombas capaces de aniquilar decenas de millones de seres humanos. ¿Quién les vendió la tecnología y el supuestamente controlado material radioactivo? Allí la oscuridad gobierna.
Pudiera ser Pakistán, lanzan las agencias de seguridad de Estados Unidos, todo ello después de que Washington y Pyongyang firmaran en 94 los acuerdos de desarme. Los coreanos pisotean los acuerdos auxiliados por el nuevo aliado estratégico de Estados Unidos, Pakistán.
Pero claro ¿hasta dónde confiarle al aparato de seguridad estadounidense incapaz de detectar las labores de contraespionaje de Ana Belén Montes? Durante largos 17 años, desde allí mismo, ayudada por un transmisor de onda corta, la que llegará a ser responsable de inteligencia sobre Cuba en el Pentágono, como en la mejor novela de Le Carré, informaba fielmente a La Habana. “Señoría, -dijo la exfuncionaria condenada a 25 años de cárcel— la razón por la que hoy comparezco aquí es porque obedecí mi conciencia en vez de la ley”. Trabajó para la CIA, el Departamento de Estado y finalmente para el Pentágono que la consideró “empleada modelo”. Como material de novela no tiene desperdicio, aunque probablemente muchos lectores lo considerarían fantástico.
Mientras tanto, en Colombia, el flamante y arrojado gobierno de Álvaro Uribe lanza una ofensiva para recuperar cierta capacidad de gobierno en Medellín. Miles de soldados se enfrentan en las barriadas de la ciudad conocidas como Comuna 13 a los feroces guerrilleros. La capacidad de fuego de ambos frentes es muy pareja. El gobierno colombiano, el legítimo, continúa su lucha por confirmarse como el único estado en ese territorio.
Pelea la razón misma de su existencia. Pero ¿y qué tienen en común el francotirador de Washington, con los atentados de ETA, la nueva bomba en Filipinas, el atentado en Bali o la batalla por Medellín? Las creencias detrás de los distintos fanatismos son tan diversas como lo podamos imaginar. ¿Qué habrá en la cabeza del asesino de Washington?. ¿Cuál es la exigencia final de los etarras, con qué régimen de convivencia política estarían de acuerdo? No será que todos los habitantes de este planeta les incomodamos.
Tras el “éxito” de la operación en Bali, ¿qué más pretenderán sus autores? ¿A quién más habrá asesorado Pakistán? Un proporcionalmente pequeño grupo de sublevados, poderosamente armados, es capaz de mantener en jaque al estado colombiano. Un incansable grupo de subversivos, envueltos en la bandera del nacionalismo, que en realidad es un ánimo de limpieza étnica, amedrenta a una ciudad, a una región, a un país. Eso sí, cuentan con el manejo técnico de explosivos de alto poder. Un individuo, con un potente rifle, oculto en los abundantes bosques de la capital estadounidense y sus suburbios, es capaz de tambalear la seguridad de toda una ciudad. Una red internacional de terroristas, demuestra la impotencia de las mayores “potencias” del orbe para contenerlos.
La lección es clara. Poco, —quizás el desprecio a la vida— tienen en común, como forma de interpretación del mundo, como perversa ideología, la ETA y Al Qaeda, la guerrilla colombiana y el asesino de Washington, las bombas de Bali y las ambiciones de Corea del Norte. Por allí no vamos a ninguna parte. La persecución ideológica es una pista errónea, falsa, que nos distrae cuando no nos ciega. ¿Qué van a hacer los Estados Unidos con los musulmanes dispersos en los cientos de islas de Indonesia, país que por cierto rebasa ya los 200 millones de habitantes? Nada se dice en cambio de la siembra sistemática de armamentos, uno de los mercados más corruptos del orbe.
Nada se les ocurre a los sistemas de inteligencia para rastrear eficientemente la venta de explosivos. Nada se propone para fortalecer a los mecanismos de supervisión de Naciones Unidas, institución a la cual Estados Unidos regatea las cuotas.
Desquiciados, fanáticos y ambiciosos siempre habrá pero, ¿quién los arma? Perseguir ideas es ineficiente y peligroso. Controlar el armamentismo es un mal negocio.