Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo. Ese principio elemental de lógica es aplicable al mundo de lo racional, mundo poco mundano, pero no tiene vigencia en el campo de lo razonable. La verdad es que lo absoluto es bastante relativo: sólo en las tesis de Manes y de lo maniqueo lo negro es completamente negro y lo blanco es albura sin mancha. (Caón, no estoy entendiendo ni mádere). Este abstruso proloquio sírveme de exordio para manifestar que en tratándose de la elección del 2003 -la de senadores y diputados al Congreso de la Unión- me encuentro instalado en una confusión de sentimientos que ya la quisiera para sí Stefan Zweig, el Milan Kundera de mi adolescencia. Por un lado pienso que sería bueno para México que el PAN ganara una mayoría tal que le permitiera a Fox sacar adelante sus iniciativas de modo que ya no culpara al Congreso de todos sus fracasos y demoras. Por otro lado creo que lo mejor que puede suceder es que la Oposición tenga esa mayoría, para que así funcione el utilísimo sistema de frenos y contrapesos que propuso el barón de Secondat como medio para evitar abusos en el ejercicio del poder. Lo bueno es que no me tocará a mí decidir sobre esta dificilísima cuestión. Cuando el Papa Juan XXIII, de tan feliz memoria, fue exaltado al trono de San Pedro se desvelaba en las primeras noches de su pontificado pensando cómo resolver alguno de los arduos problemas de la Iglesia. Una noche se dijo: "-Se supone que el Papa recibe inspiración del Espíritu Santo. Dejemos que él resuelva esta cuestión". A partir de entonces durmió en paz y sosiego. Lo mismo, mutatis mutandis, digo yo: sean los ciudadanos quienes asuman la gravosa carga de este asunto. Decidan con sus votos en las urnas lo concerniente al caso y den un voto de confianza al Presidente Fox (Estaca Brown) o fortalezcan el sistema de división de poderes a fin de mantener bajo control los actos de la Presidencia. Yo desearía que Fox tuviese más libertad de acción, pero temo que con el Congreso a su favor, y actuando éste con un criterio puramente partidista, el Presidente podría volverse un reyezuelo. Muestras ha dado de tener la vocación de tal. Temo igualmente que un Congreso opositor, también con meros intereses de partido, sería estorbo para la marcha de un gobierno capaz de resolver los múltiples problemas del País. Confundido por esos pensamientos voy de Escila a Caribdis, igual que el nauta que por huir de un riesgo caía en otro peor. Lo dicho: Estaca Brown... Miss Ennui Bore llevaba una vida metódica, la propia de una dama soltera de su edad y condición, la de una mujer de circunstancia en la adusta Nueva Inglaterra puritana. De pronto, sin embargo, su vida tornose un maremagno. Se le empezó a ver en la dudosa compañía de chulos de barriada; bebía como un odre y su conversación se hizo gárrula y desenfadada: narraba con descoco sus andanzas por sitios de mucho rompe y rasga; usaba palabras de cuatro letras que en su medio social eran impronunciables, sobre todo la que con efe empieza. Viajó a París -¡a París!- y regresó acompañada por una especie de chulo o gigoló procedente de cierto oscuro lugar de los Balcanes, hombre de bigotito negro y pelo con gomina que usaba tirantes, pantalón acinturado, zapatos de dos colores y gasné. Aquello fue un escándalo en Martha's Vineyard, donde Miss Bore solía pasar sus vacaciones. La buena sociedad le dio la espalda; dejó de recibir invitaciones. El reverendo Calvin Clean fue a hablar con ella. ¿Por qué, le preguntó, había cambiado así de vida? Respondió con una sonrisa Miss Ennui: "-Empecé a escribir mis memorias, reverendo, y estaban saliendo muy aburridas"... FIN.