En Constitution Avenue, de Washington, D.C., el joven John Smith veía en compañía de su padre el desfile del Memorial Day. Miró con gran orgullo los batallones de soldados armados con lucientes fusiles y ametralladoras; contempló lleno de ufanía el paso de los tanques de guerra ultramodernos; se admiró con las enormes plataformas lanzacohetes y sintió gran fervor patrio al ver los veloces jets surcar el cielo como saetas de plata. (NOTA: El símil pertenece a la literatura capitalista. Si fuera de la literatura socialista diría "como saetas de acero"). Se sorprendió bastante Johnny al observar que tras aquel poderoso arsenal bélico desfilaban diez hombres vestidos con trajes grises, cada uno de los cuales llevaba consigo un portafolios. Se vuelve el joven John hacia su padre y le pregunta: "-Entiendo los soldados; entiendo también los tanques, y los aviones y cohetes. Pero ¿por qué desfilan también esos diez hombres?". "-Esos hombres, hijo -explica el señor-, son economistas". Pregunta el muchacho: "-Y ¿qué hacen esos economistas en un desfile militar?". Responde el padre: "-No te imaginas el daño que pueden hacer diez economistas juntos"... Ninguna duda cabe de que los países pobres son cada vez más pobres, al paso que los países desarrollados aumentan día a día su riqueza. La economía de la globalización es muy injusta, pues se finca en la inhumana explotación de la mano de obra y los recursos naturales de las naciones débiles. Las ganancias derivadas de esa expoliación van a dar a los grandes consorcios internacionales, nuevo poder mundial del cual dependen muchas veces los gobiernos. La ciencia de la Economía no puede quedarse en la primitiva etapa fisiocrática, según la cual todos los fenómenos económicos están regidos por leyes tan ineluctables y necesarias como las de la naturaleza. Afirmar esto no es propugnar un estatismo económico cuyos efectos pueden ser tan nocivos que los del laissez faire, laissez passer, aquel dejar hacer, dejar pasar, del liberalismo a ultranza. Significa sí, afirmar que las ideas del bien y la justicia deben presidir toda acción económica, siquiera sea por instinto de la conservación, pues todos los hombres vivimos en una misma casa, y la pobreza de unos es amenaza para todos. No es que yo quiera poner nervioso al mundo -lejos de mí tan temeraria idea-, pero queden ahí esas consideraciones como útil amonestación para las generaciones venideras. Recorten ellas este artículo, llévenlo permanentemente en la cartera y léanlo de vez en cuando. Eso les servirá de orientación... A aquella muchacha le decían "La bendecida". Eso era precisamente lo que vendía... Un petrolero texano asistió a una convención. En el bar del hotel conoció a una atractiva rubia, y en la mejor tradición de la cortesía de Texas le preguntó sin más preámbulo: "-¿Follas, linda?". Ella dijo que sí. No cabe duda: también en estas cosas el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Fueron al cuarto del texano. "-¡Caray, qué alto eres!" -dice admirada la muchacha. "-Todo en Texas es grande" -responde con elación el individuo. Se quita el sombrero el hombre, un ten-gallon hat de elevada y ancha copa. "-¡Qué grande es tu sombrero!" -repite la muchacha. "-Todo en Texas es grande" -vuelve a decir, ufano, el petrolero. Se quita sus botas vaqueras, de alta caña, tacón fornido y aguzada punta. "-¡Qué grandes son tus botas!" -profiere la muchacha una vez más. "-Ya te dije -replica el petrolero-. Todo en Texas es grande". Procede entonces el texano a despojarse de su ropa, y queda en peletier frente a la chica. Lo mira ella y exclama con desilusión: "-¿No decías que todo es grande en Texas?"... FIN.