En un congreso odontológico se hablaba del tiempo que necesitaban los odontólogos de cada país para extraer una muela. El representante cubano dijo con orgullo que en su país los dentistas tardaban sólo una hora en hacer ese trabajo. "-¡Una hora! -se asombran los demás-. ¡Nosotros podemos hacer una extracción en unos cuantos minutos!". "-Sí -reconoce el cubano-. Pero en los países de ustedes los pacientes pueden abrir la boca". (NOTA: Los dentistas cubanos tenían que rodear). El cuentecito va dedicado a los burócratas de la cultura castrista que vinieron de Cuba a la Feria Internacional del Libro a gritar consignas tan viejas como el anacrónico dictador al que sirven con lacayuna abyección (¡Bófonos!). Añado a la historieta una trompetilla de vituperación: ¡PTRRRRRRRRR!... Siempre que hago vaticinios me pasa lo peor que a un profeta le puede suceder: los vaticinios se cumplen. Claro que a veces empleo un sistema muy usado en esta profesión del periodismo. Cuando sucede un acontecimiento inesperado escribo: "En mi columna del 11 de febrero de 1935 auguré que esto sucedería. Se cumplió mi predicción". Y eso se acepta. ¿Quién ingaos se va a poner a buscar mi columna del 11 de febrero de 1935? ¡Ni siquiera había yo nacido en ese tiempo! Con el supersticioso respeto que inspira la letra escrita todos dan por seguro que hice tal augurio, y así paso como vidente eminentísimo. Por eso lo que voy a decir no es una profecía: es la expresión de una inquietud. Cuidado con las palabras que dijo Marcos en alabanza de la ETA. En estos tiempos es muy fácil que un guerrillero frustrado se vuelva un terrorista. La ciudad es otra selva (inscríbase esa frase en bronce eterno o mármol duradero), y lo que no se pudo lograr peleando en la montaña se puede conseguir aterrorizando en las calles o en los sitios de reunión más concurridos. Esto que digo del llamado subcomandante se puede decir también en relación con los demás grupúsculos violentos que hay en México. Por eso termino el comentario con la misma palabra con que lo inicié: cuidado... ¡Brrrrr! Al releer lo que acabo de escribir un calosfrío me recorrió la columna vertebral de arriba abajo. Contaré ahora un lene chascarrillo a fin de sosegar a la República, que a lo mejor sintió también el repeluzno... En aquel pueblo todos eran muy indejos, muy tontos. Un buen día les dio además por cometer toda suerte de pecados y delitos. El cura párroco trató de frenar tales excesos, mas nadie le hizo caso. Vino el obispo y nadie lo escuchó. Desesperado, el padrecito le pidió al Nuncio papal que lo auxiliara. Llegó el Nuncio, que era un Savonarola, es decir alguien que no transige con el pecado, el vicio o las frivolidades, y salió a la calle gritando a voz en cuello: "-¡Pecadores!". Eso sí molestó a los tontos depravados. Empezaron a gritarle injurias al Nuncio. El cabecilla incitó a la muchedumbre: "-¡Vamos a golpearlo!". Todos los tontos fueron contra el Nuncio. Corrió el infeliz para salvarse y fue a dar a un callejón sin salida. Llegó la feroz turba. El Nuncio se sintió perdido: de seguro encontraría la muerte a manos de aquellos fementidos tontos. Se arrodilló, cerró los ojos e inclinó la frente para rezar. De pronto sintió en torno de sí un gran silencio. Levantó la mirada, y lo que vio lo dejó mudo: la rabiosa multitud de tontos se había detenido, y ahora retrocedía, respetuosa. No se explicó el Nuncio aquel milagro. Sucedió que los tontos vieron un letrero en la pared que decía: "Prohibido pegar a-nuncios"... FIN.