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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES.

ARMANDO CAMORRA

Por CATÓN.

Quienes llevan a cabo acciones violentas o de intimidación para sacar adelante sus propósitos merecen escuchar la conocida canción de Frank Sinatra intitulada "Tra-tra-tra-tra-tra". En ese tipo de acciones se inscriben muchas de la llamada Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación, cuyos integrantes se han allegado triste fama por dedicarse más al ocio y al desmadre que al trabajo y a la educación. Ahora pretenden -¡hágame usted el refabrón cavor!- que el Congreso intervenga para solucionar los líos internos de su gremio. Yo no soy partidario de la represión -lejos de mí tan temeraria idea, si me es permitida esa expresión teatral- pero no creo que pueda llamarse represión el uso de la legítima fuerza del Estado para impedir la comisión de delitos, castigar los que se han cometido e implantar el orden jurídico, garantía principalísima de la convivencia social. Los mexicanos, niéguelo quien lo niegue, hemos entrado en una nueva etapa de la vida nacional. En ella no caben los viejos métodos, caducos ya, del uso de la violencia como medio para lograr un fin. Ciertamente el propio Gobierno sentó un funesto precedente al ceder ante los macheteros de Atenco. Los recientes sucesos en el Congreso, el ataque a la sede de la representación nacional, son polvos de aquellos malos lodos. Nadie pide un gobierno autoritario; todos necesitamos un gobierno que cumpla su promesa de guardar y hacer guardar la ley... Casó un señor octogenario con una frondosa dama que andaba en los cuarenta. Tomando en cuenta la madura edad del novio se consideró prudente que en la noche de bodas durmieran los recién casados en habitaciones diferentes. Apenas la flamante desposada había apagado la luz para dormir oyó unos golpecitos en la puerta. La abrió: era el viejito. Ante el asombro -grato asombro- de la dama el provecto galán le hizo una demostración de amor que la dejó agotada y satisfecha. Extraordinario foreplay; performance magistral. Calificado en escala de cero a diez, un diez. Volvió el senil novio a su aposento. La novia apagó la luz, se desperezó como leona ahíta y quedó sumida en un dulce sopor. Apenas había conciliado el sueño cuando otra vez: toc toc, discretos golpecitos en la puerta. La abrió toda adormilada la mujer: ahí estaba otra vez el viejecito, rijoso como verraco en primavera. Se cumplió a cabalidad el segundo trance amoroso. La joven mujer, atónita, no daba crédito a lo que veía, y menos aun a lo que sentía. Terminó su formidable actuación el veterano y regresó a su cuarto. Ella tornó a la cama. Quiso dormir, pero la sorpresa le había quitado el sueño. Se puso entonces a leer un libro (Había llevado cinco; pensó que en la semana que duraría la luna de miel no haría otra cosa más que leer). Apenas llegaba a la página 7 -y había tomado un curso de lectura rápida- cuando toc toc toc, otra vez los golpecitos de la puerta. ¡De nuevo llegaba el novio con sus 80 primaveras que parecían veinte! Una vez más debió aplicarse a fondo la recién casada para estar a la altura de los ímpetus del formidable amante. El veterano, después de dar las gracias -eso es tener educación sexual-, emprendió el regreso a su habitación. La exhausta recién casada se puso a ver la tele. Ni siquiera media hora había transcurrido cuando otra vez: toc toc toc toc. ¡Ahí estaba el viejito, dispuesto a nueva acción! No pudo contenerse ya la novia. "-¡Cómo! -le dice estupefacta a su flamante novio-. ¿Otra vez?". Responde con asombro el viejecito: "-¿Qué ya había venido antes?"... (Su cuerpo le funcionaba muy bien de la cintura para abajo, y no tan bien de la cintura para arriba)... FIN.

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