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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

POR ARMANDO CAMORRA

Yo amo la Navidad, y la celebro. Sucede que soy abuelo: en mis nietos otra vez mi infancia se inaugura, y soy niño con ellos. Alguien me diga, entonces, si quedará lugar en mí para la fatigosa, estudiada indiferencia, o para la pesada liviandad. Yo no he desaprendido aún el infantil arte de entregarme, y me doy a la fiesta con ánimo festivo. Gozo los días navideños. Lleno mi casa, y yo mismo me lleno, de foquitos, resplandor hacia afuera y luz de alma hacia adentro. En la mesa soy hombre de dos mundos que disfruta lo mismo el lujo del pavo que pintó Norman Rockwell que el lujo mayor -lujo de pueblo- del champurrado y los tamales. Recorro la filmografía de la Navidad, desde Frank Capra a Chevy Chase. Releo la "Navidad en las Montañas" de don Ignacio Altamirano, y el cuento de la eterna mezquindad y la bondad eterna que Dickens escribió. Todos estos días Radio Concierto, mi estación, regala música navideña a sus oyentes, y yo la escucho confundido entre ellos. Recibo y doy regalos; no hago el acostumbrado vituperio del consumismo y la comercialización: hasta el severo Antiguo Testamento dice que hay tiempo de dar y recibir, y de ese ejercicio sale trabajo para muchos. Festejé con los míos estas fiestas. El 16 cantamos en afinado coro desafinadísimo las estrofas para pedir y dar posada. El maestro Félix Carrasco, director de la Sinfónica de la Universidad de Nuevo León, me invitó a compartir el podio con él la noche del concierto de Navidad con que concluye el año de esa espléndida orquesta. En varias ciudades del país mi pastorela se representó. Hicimos un disco en que "Alétheia", conjunto formado por el talentoso Jesús Martínez Castro, canta villancicos al Niño Dios. Ahí está la música de dos compositores mexicanos, Silvino Jaramillo y José Hernández Gama, en cuya obra laten el espíritu de Miguel Bernal Jiménez y la noble tradición de la escuela de Morelia... Después, la Nochebuena, rezamos en nuestra casa el rosario de la Virgen, y con nosotros lo rezaron los amados muertos, sombras llenas de luz, y lo rezó también la pequeñita luz de un niño que nacerá en la primavera y que ahora vive en la tibia sombra del vientre de su madre, una linda muchacha con nombre de Paloma. Todos lo somos todo en ese rezo, que une a los que somos con los que fueron y los que serán. Al final leí para mis hijos y sus hijos la más hermosa historia que se ha escrito, aquella donde el médico Lucas relató el prodigio de Dios que se hizo hombre para ser como nosotros y para que nosotros seamos como Él: "... Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada..."... Tampoco encuentran ahora los peregrinos lugar en la posada. No hablemos de las guerras en el mundo, lugar común que año con año se repite. (En 1945, pequeño escolapio lasallista yo, recité en la fiesta de Navidad de mi colegio unos versitos sobre la triste suerte de Checoeslovaquia). Hablemos de nuestra indiferencia para las cosas del espíritu. Estas cosas no son las culturales. Lo que llaman "cultura" puede ser cosa muy de superficie. Lo espiritual toca honduras más hondas, ahí donde hay un pozo -un poso- de preguntas cuya respuesta importa precisamente porque no tenemos respuesta para ellas. Preguntas sobre la vida y la muerte, sobre Dios, sobre mí mismo y los demás, sobre mi acción de cada día... La Navidad -ésa del pavo y los regalos- tiene en su fondo respuesta para todas las preguntas. La respuesta es el amor. Por él nos salvamos, y nos salvamos con él. Lo que la Navidad nos regala es el Amor. Eso mismo debemos regalar... Feliz Navidad. Feliz Amor... FIN.

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