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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

¡Pobre Miss Boobless! Sus senos eran pequeñitos como huevos de codorniz. Estrellados, además. Dijo Anatole France, y dijo bien, que una mujer sin busto es como una cama sin almohada. Ya se sabe que los senos femeninos son, igual que Disneylandia, un sitio hecho para los niños pero que los adultos disfrutamos más. Miss Boobless no tenía casi senos. Si hubiese sido madre sus bebés la habrían demandado. Aristóteles tendría en ella un perfecto ejemplo de su tabula rasa, aquella tabla completamen-te lisa mencionada en sus filosofías. Sucedió que Miss Boobless conoció a un muchacho. Éste la cortejó, y luego le propuso matrimonio. Ella se preocupó sobremanera. ¿Cómo iba a ir al matrimonio con aquella planicie corporal que la hacía sufrir desde la adolescencia? Buscó entre sus amigas un consejo, y ellas la refirieron a un doctor que se especializaba en senos femeninos. Había inventando el tal facultativo una especie de bomba neumática cuyos dos émbolos se colocaban bajo las axilas. Moviendo los brazos a manera de alas la interesada podía inyectar aire a sus senos, inflándolos o desinflándolos a voluntad. Miss Boobless se hizo implantar el artilugio mencionado, y revestida con ella fue al connubio. La noche de las bodas se encerró en el baño y comenzó a bombear afanosamente a fin de dar a su busto el relieve apetecido. Como de Dolly Parton las quería Miss Boobless a fin de impresionar a su galán. Estaba ocupada en el trabajo de bombeo cuando se abrió la puerta del baño. Era el flamante novio, inquieto porque su mujercita no salía. La vio en plena labor inflacionaria. Ella se espantó: he aquí que su marido había descubierto el secreto de sus túrgidas prominencias. Pero él no se sorprendió, y menos aún mostró disgusto. Le dice alegremente a Miss Boobless: "-¡Mira! ¡Fuimos con el mismo doctor!". Y así diciendo empezó a bombear él también, pero con los muslos. (No le entendí)... Hombres muy sabios hay, pero ante la Naturaleza todos somos un pozo de ignorancia. Viviríamos tranquilos si la respetáramos y la dejáramos en paz. Pero nos ponemos frente a ella, como sus enemigos; le metemos zancadilla, estorbamos sus designios. Entonces la Naturaleza se vuelve contra nosotros y nos aplica la pena que corresponde a los necios o malvados. Y es que la Naturaleza, que todo lo sabe, no sabe perdonar. El mal que le hacemos nos lo vuelve multiplicado. Las lluvias son siempre bendición. Pero insistimos en hacer nuestras casas por donde el agua pasa desde que el mundo es mundo. Es claro que si ha pasado volverá a pasar. En ese paso nos ponemos, y es natural que nos arrastre. Igual sucede si en su corriente nos metemos: nuestra imprudencia -o la imprudencia ajena- tendrá sus consecuencias. En estos días de lluvias han ocurrido muchas desgracias. La Naturaleza es amable, pero es también temible. Si aprendemos a respetarla encontraremos más motivos para amarla que para temerla... Conversaban tres individuos acerca de las cosas que se pueden prestar, y las que no. Dice uno: "-A nadie le prestaría yo tres cosas: mi cepillo de dientes, mi coche y -por supuesto- mi mujer". Dice el segundo: "-Yo sí prestaría mi cepillo de dientes. Total, me compraría otro. Pero, igual que tú, tampoco a nadie le prestaría mi coche, y menos aún mi mujer.". Dice el tercero: "-Yo también prestaría mi cepillo de dientes". Hace una pausa para meditar y luego añade con determinación: "-Y también prestaría a mi mujer. Lo que a nadie le prestaría sería mi coche. Porque a tu mujer ya más o menos sabes lo que le van a hacer, pero al coche quién sabe qué te le hagan"... FIN.

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