Aquel individuo resbaló en una tienda en cierta ciudad de los Estados Unidos. Hizo lo que allá se acostumbra: presentó una demanda contra el establecimiento. Por consejo de su abogado alegó que la caída lo había dejado paralítico, para lo cual se compró una silla de ruedas, y en ella se presentó al juicio respectivo. El jurado, conmovido por la desgracia del sujeto, condenó a la tienda a pagarle una indemnización de siete cifras. Al salir del tribunal el abogado de la parte perdedora dice al supuesto paralítico: "-Haré que los detectives de la tienda lo sigan día y noche, y comprobaré la falsedad de su parálisis". "-Que empiecen a seguirme desde ahora, licenciado -responde con cachaza el nuevo millonario-. En este mismo momento voy al aeropuerto. Tengo comprado ya un boleto de avión para París. De ahí me llevarán en ambulancia a Lourdes. Que me sigan allá sus detectives, licenciado, y verán uno de los milagros más espectaculares que jamás se han visto en Lourdes". Recordé esa curiosa historietilla al leer la nota de F. Bartolomé según la cual don Julio Sánchez Vargas, procurador general de la República en tiempos de Luis Echeverría, no atendió el citatorio que le envió el fiscal investigador de la llamada "guerra sucia". Alegó enfermedad a fin de justificar su inasistencia, pero la misma mañana en que debía comparecer fue visto desayunando en conocido restorán. Sucede que las actuaciones de los fiscales foxistas, lo mismo que las del contralor de Fox, suelen estar asentadas sobre cimientos jurídicos muy frágiles, y entonces es cosa fácil para los implicados en los supuestos ilícitos hurtar el cuerpo a las actuaciones de los inquisidores. En estricto derecho no hay base alguna para perseguir a quienes tuvieron parte en los sucesos del 2 de octubre o el 10 de junio, y todo indica que los famosos "peces gordos" del caso que se conoce como "Pemexgate" saldrán de la red que con tanta torpeza la Contraloría les tendió. ¿No hay acaso abogados en la administración actual que asesoren a quienes con más arrojo y espectacularidad que buen sentido anuncian lo que no pueden al final cumplir?... Aquel circo anunciaba con bombo y platillo a su máxima estrella, el Gran Bertini. Salía el director de pista y anunciaba: "-El Gran Bertini subirá a un trampolín situado a 25 metros de altura, y desde ahí se lanzará en clavado a un barril con agua". El audaz clavadista subía al trampolín, se tiraba en picada, caía en el barril y emergía triunfante a recibir el aplauso de la muchedumbre. "-Ahora -anuncia el locutor- el Gran Bertini subirá a un trampolín de 50 metros de altura, y desde ahí se lanzará ¡a una cubeta con agua!". Lleno de expectación el público seguía el ascenso del atleta. El Gran Bertini hacía un perfecto clavado, caía en la cubeta y con rápido giro salía indemne a agradecer la ovación atronadora de la multitud. Todos se levantaban de sus asientos para salir del circo. ¿Qué más podían ver después de aquello? Pero el director les pedía permanecer. "-Falta el acto final del Gran Bertini -proclamaba-. Subirá a un trampolín situado a 100 metros de altura, y desde ahí se tirará un clavado para caer ¡en un trapeador mojado!". Aquella hazaña era inconmensurable. En absoluto silencio el público veía al clavadista subir hasta aquella vertiginosa altura. Allá viene en picada el Gran Bertini. Cae sobre el trapeador, se da en él un tremendo batacazo y se levanta todo maltrecho echando sangre por nariz y boca. Pregunta hecho una furia: "-¿Quién fue el hijo de la shingada que me exprimió el trapeador?"... FIN.