Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí. La prehistórica bestia se nos presenta ahora, amenazante, en forma de sindicato petrolero. Tiene nombre: se llama Carlos Romero Deschamps. Las manifestaciones habidas en la Ciudad de México y en las principales poblaciones donde Pemex tiene instalaciones nos muestran que el decantado cambio democrático será más apariencia que verdad si a todos los ámbitos de la vida mexicana, incluso el sindical, no llegan los vientos de renovación que soplaron con fuerza el 2 de julio. ¿Aumento salarial? Siempre el sindicato de Pemex ha llegado a felices acuerdos con la empresa sin necesidad de recurrir a presiones como las de antier. Romero sacó a la calle sus mesnadas para probar su fuerza y eludir cualquier posible acción en contra suya derivada del llamado Pemexgate. No tienen machetes los petroleros, como los tontos y violentos ejidatarios de Atenco, pero tienen un arma más peligrosa aún: la gasolina, es decir los energéticos merced a los cuales se mueve -y vive- este país. Si un machete asustó a Fox, más lo asustará una gasolinera cerrada. Parece que los peces gordos estaban más gordos de lo que calcularon quienes pensaron que los pescarían sin dificultad... "-¡Señor! -clamaba con acento congojoso un hombre de madura edad al ver pasar una muchacha guapa-. Si me quitaste las fuerzas ¡quítame también las ganas!"... Drácula, el temible vampiro transilvano, se dio aquella noche un atracón de sangre. La obtuvo chupándoles el cuello a los borrachos que iban saliendo de una cantina de barriada. Ebrios constantes eran todos ellos: cuando se hacían un examen médico les decía el laboratorista después de analizar las muestras: "-Encontramos un poco de sangre en su alcohol". Así las cosas, cuando Drácula se dirigió a su ataúd para evitar la luz de la mañana llevaba ya una cruda horrenda. No hay hombre más humilde que un crudo. Llamó el vampiro a su ayudante Gobbo, un jorobado con lordosis, corcova con prominencia pectoral, como la de nuestro Juan Ruiz de Alarcón. ("Tanto de corcova atrás / y adelante, Alarcón, tienes, / que saber es por demás / de dónde te corcovienes ( o a dónde te corcovás"). "-Amigo mío -le dice Drácula a Gobbo, que mucho se asombró al verse tratado con gentileza tal-. Ve y tráeme una cerveza bien helada. Espero que el rico lúpulo y la sabrosa malta, con el helor del ambarino líquido, sean remedio a este funesto mal que me atosiga". Fue el chepudo a cumplir aquel encargo. Drácula, en tanto, se metió en su ataúd y cerró la tapa, pues ya los primeros visos del amanecer asomaban en el horizonte. Llegó a poco el tal Gobbo con la cerveza helada, y dio unos golpecitos en el féretro para avisarle a su amo que ya estaba ahí. Entreabre el vampiro el ataúd, y Gobbo le extiende la cerveza. La mira Drácula y horrorizado se cubre el rostro con su capa, más espantado aún que si el giboso le hubiese presentado un crucifijo. Le grita hecho una furia alejando de sí la cerveza: "-¡Sol no, indejo!"... Aquel caballo de carreras tenía problemas en el arrancadero. Se movía y piafaba en tal manera que el jockey no podía controlarlo. Estaba entero el animal, y el jinete le sugirió a su dueño que lo hiciera castrar para quitarle nervio. Después de un período de convalecencia -y de mohína- volvió al hipódromo el caballo. Pero al empezar su primera carrera en vez de lanzarse al galope se sentó sobre sus cuartos traseros en el arrancadero. "-¿Qué demonios haces?" -le grita el jockey. Responde el caballo: "-Iba a ganar esta carrera, pero cuando oí eso de: ‘¡Arrancan!’ me acordé de lo que me hicieron y dije: -’Ora se shingan"... FIN.