Ésta es la dramática historia de "El Hombre que Buscó Mujer para Casarse"... Decidió un individuo al fin sentar cabeza. Para lograr tal cosa no hay como casarse, por más que algunos digan que casarse no es sentar cabeza sino haberla perdido. Pidió aquel hombre consejo a su señora madre: ¿qué tipo de mujer debía buscar? Le dijo la mamá: "-Busca una mujer trabajadora". Pregunta él: "-Y ¿cómo averiguar si lo es?". "-Fíjate en sus manos -le aconseja la señora-. Si tiene en ellas callos es que sabe de los trabajos de la casa". Se aplicó, pues, el hombre a aquella búsqueda. A cuanta muchacha conocía le tocaba las manos con el pretexto de saludarla, y se fijaba si en ellas tenía callos. Ninguna los tenía; todas mostraban manos bien cuidadas, igual que de princesa. Ya casi abandonaba el hombre aquel empeño cuando una noche le fue presentada una muchacha. Al saludarla se alegró: ¡la chica tenía callos en ambas manos! La cortejó, la hizo su novia y finalmente se casó con ella. ¡Oh decepción! Resultó que la flamante desposada no sabía ni cómo agarrar una escoba. En su vida había usado un trapeador, no conocía la plancha y jamás había entrado en la cocina. Era lo que se llama en términos de pueblo una fodonga. Cierto día el desilusionado marido le pregunta a su poltrona esposa: "-Si nunca has hecho los trabajos de la casa ¿cómo es que tienes callos en las manos?". Explica ella: "-Es por la barra del table dance"... ¡Válgame Dios, y válganme los ángeles y arcángeles, serafines y querubines, virtudes, tronos, potestades, principados y dominaciones! ¡La muy bárbara trabajaba de bailarina de burlesque, y en sus nocturnos ejercicios giraba como erótica peonza o concupiscente perinola asiéndose con ambas manos a una sugestiva barra de metal! De ahí las profusas callosidades que tenía, atribuidas por su esposo -¡cuán deplorable error!- a las labores de la casa. ¡Miraos en este espejo, inadvertidos hombres, y buscad una buena compañera, no sea que os topéis -igual que el personaje de mi cuento- con una mundaria pecatriz! Aprended de memoria este proverbio: "La mujer por lo que valga, no por la alga"... Ha aumentado en México el número de pobres. Uno de cada dos mexicanos vive en la pobreza, y millones afrontan la miseria extrema. Para ellos son desconocidas la salud, la educación, la esperanza de una vida digna. En todo el mundo hay pobreza, eso es muy cierto; aun las naciones más ricas tienen pobres. Pero entre nosotros se ve un contraste mayor entre la opulencia y la necesidad. México no es en verdad un país, sino dos: uno, el de unos cuantos magnates equiparables por su riqueza a los más grandes potentados en el mundo; otro, el de millones de mexicanos que viven en condiciones infrahumanas. Aunque sea por elemental instinto de la conservación debemos volver los ojos hacia ellos. "Adopta un árbol", se nos dice, o "Adopta una obra de arte". Y está bien. Pero ¿no habrá llegado la hora de adoptar, todos, a nuestros pobres? No se trata de emplear en ellos criterios de paternalismo; se trata de dirigir las tareas del bien común a quienes más lo necesitan. Si no actuamos así estaremos labrando nuestra ruina... (¡Uy! Estas últimas palabras me causaron un estremecimiento en la capa inferior del mesenterio)... La señorita Himenia y su amiga Celiberia, maduras célibes las dos, estaban con aspecto desolado en el Museo de Arte frente a la estatua de un musculoso atleta que tenía sus atributos varoniles cubiertos por una hoja de parra. Dice Himenia con desolado acento: "-¿Ya ves, amiga? Llega el otoño, y nada"... (Las inocentes esperaban que se cayera la hoja)... FIN.