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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

POR ARMANDO CAMORRA

La señora iba a dar una cena de gran gala: el director de la empresa donde trabajaba, y su esposa, eran los principales invitados. Esa tarde le dijo a su marido: "-Detalle de especial refinamiento será ofrecer caracoles. Ve a comprarlos". Los compró él, en efecto. Al salir de la tienda, sin embargo, se topó con una antigua novia. La dama estaba todavía de buen ver, y él conservaba restos de su apostura de antes. Entablaron conversación, y como el sol calaba determinaron ir a un bar cercano a tomar una copa y hacer recuerdos. Pero ya se sabe que los recuerdos son sedientos: a una copa sucedió otra, y a un acontecimiento los siguientes. Acabaron en el departamento de ella haciendo lo que en sus tiempos mozos no pudieron. Cuando el exhausto galán vio su reloj eran las 9 de la noche. ¡Y los invitados de su mujer estaban citados a las 8! Apresuradamente se dirigió a su casa. ¿Cómo justificar su ausencia, su tardanza? Se le ocurrió una idea. Al llegar destapó el frasco de los caracoles y los formó en el corredor del jardín que conducía a la puerta. Luego tocó el timbre. Cuando su esposa apareció dijo el señor dirigiéndose a los caracoles: "-Vamos, muchachos; caminen otro poco; ya vamos a llegar"... No debería yo decir que soy católico. Estoy muy lejos de ser un buen ejemplo de mi religión, y no poseo ninguna de las cualidades de quienes con plenitud profesan el catolicismo. Pero amo a mi iglesia; la llevo en mí como indeleble marca, y no me hacen dudar las humanas claudicaciones de los que ponen sombras en su luz. Espero vivir hasta el final confesando la fe que, sin merecerla, me fue dada. Me alegro, entonces, cuando aparece un nuevo altar en ese rico santuario universal -católico-, donde caben mujeres y hombres de todas las razas, pueblos, orígenes y condiciones. Josemaría Escrivá de Balaguer, el padre fundador del Opus Dei, es ahora San Josemaría. De sus dos nombres -los de más alta jerarquía en nuestro credo, después del de Jesús- quiso hacer uno sólo, quizá para mostrar la íntima unión en él de esas dos figuras humanas en que se concretó lo divino por el profundo misterio de la encarnación. Pocas obras en la bimilenaria historia de la Iglesia han sido tan combatidas y atacadas como el Opus Dei. Se le ha acusado de ser asociación secreta -una especie de francmasonería católica-, y sus miembros son vistos como conjurados que desde la riqueza y el poder buscan ganar posiciones temporales, controlar gobiernos, mover los hilos de la sociedad con fines de dominio teocrático. Tales falsos prejuicios son causados en parte por la excesiva discreción de los miembros de la Obra, temerosos quizá de que su actividad privada sea vista a través de su pertenencia al instituto. Éste no es una orden ni una congregación religiosa; es una asociación de laicos cuyo propósito es perfeccionar su vida en medio del mundo, cumpliendo a cabalidad, y con espíritu de amor al prójimo, su labor de cada día. Tal fue, según entiendo, la aportación mayor de monseñor Escrivá a la Iglesia de hoy: la comprensión de que la obra de los hombres puede y debe completar la creación de Dios. La opus humana, la obra de los hombres, cuando es labor de bien, se vuelve opus Dei, obra de Dios. Por eso hay en el mundo tantas posibilidades de santificación. No pertenezco yo al Opus Dei. A ninguna asociación o cofradía religiosa pertenezco: no tengo los méritos y la humildad que se requieren para ser parte de una asamblea de fieles. Celebro sin embargo la canonización de San Josemaría: él vio un camino hacia el Cielo ahí donde otros no vieron más que tierra... FIN.

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