La crisis económica está dura. Tres muchachas decentes, cansadas ya de sufrir necesidades, y hasta hambre, decidieron sacrificar su virtud y pudicicia y hacer comercio con su cuerpo. Tal decisión la tomaron en enero de este año. Ya vamos en octubre y es fecha que las tres son todavía vírgenes... Aquella señora sabía cocinar únicamente dos platillos: pastel de carne y pay de zarzamora. El problema es que nunca se sabía cuál era cuál. Un día su pequeño hijo hizo una travesura. Le indica la señora: "-Te irás a la cama sin cenar". "-Pero, mujer! -protesta su marido-. ¡Si el niño se portó mal hay que castigarlo, no darle un premio!"... El padre Arsilio tenía un loro llamado Papageno. Pepito, monaguillo de la iglesia, trataba cierto día de enseñarlo a decir maldiciones. Le repetía una y otra vez para que el loro se grabara los voquibles: "-¡Caón! ¡Indejo! ¡Inga o!". En eso llegó el señor cura y escuchó esas sonoras mahomías. Por el rabillo del ojo lo ve llegar Pepito y se apresura a decirle con mucha seriedad al cotorro: "-Ésas son malas palabras, Papageno; nunca las debes pronunciar"... Casó Bucolio, joven labrador sin ciencia de la vida, con Nalguiria, artista de un circo que acertó a pasar por el lugar donde vivía el muchacho. Ignorante de las cosas de himeneo Bucolio le preguntó a su papá, don Poseidón, qué debía hacer en la noche de las bodas. "-No se apure m’ijo -lo tranquiliza el vejancón-. La Madre Naturaleza se encargará de mostrarle el caminito de la felicidad". Al día siguiente de los desposorios don Poseidón le pregunta con socarrona sonrisa a su retoño: "-¿Encontró m’ijo el caminito de la felicidad?". "-Sí, ‘apá -responde el mocetón-. Aunque, la verdad, a mí me pareció más bien autopista"... (No le entendí)... La necedad humana no tiene linderos que la acoten. Es infinita. Igual que cada día 12 de octubre, algunos representantes de esa especialidad humana, la necedad, se congregarán mañana frente a la estatua de Colón, en la Ciudad de México, y denostarán con voces de injuria y vilipendio al personaje. Yo no conocí a don Cristóbal, bien puedo asegurarlo, y si en el valle de Josafat lo encuentro no lo distinguiré de Andrea Doria, Enrique el Navegante, Américo Vespucio, Elcano, Magallanes y otros famosos marinos y cosmógrafos que en este mundo han sido. Así, como no conocí a Colón, ni me va ni me viene que esos tales por cuales, reunidos en concilio -"Asinus asinum fricat", el asno se junta con el asno-, insulten al Gran Almirante; bailen ante su monumento, semivestidos con mentirosos disfraces de plumas y colorines, risibles danzas dizque indígenas, más falsas que un billete de 3.50 hecho con pluma atómica en papel de estraza; y pronuncien discursos en que repiten -inanes cacatúas- palabras aberrantes de condena a "los conquistadores", a quienes acusarán de cinco siglos (con varios años y algunas horas más) de tiranía y expoliaciones. Pero ¡oh menguados! Los mexicanos, como todos los pueblos de América Latina, somos hijos de dos culturas, ambas valiosas por igual. Hacer reniego de una equivale a desconocer al padre o a la madre, cosa que nada más los bastardos hijos hacen. Yo no me cuento entre ellos: el mismo orgullo siento de mis dos raíces; por igual las amo y a ambas procuro conocer. Por eso celebraré la fecha, maguer se escuchen las desafinadas voces de esos anacrónicos chovinistas, como el Día de la Hispanidad. Más aún: en nombre de las "ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda" envío a aquellos danzarines y pregoneros de la necedad una sonora trompetilla: ¡PTRRRRRRRRRRRRR!... FIN.