El padre Arsilio fue invitado a bendecir un negocio de nueva creación. El tal negocio era un table dance. Desconocedor del mundo y de sus pompas el buen sacerdote no sabía qué clase de local estaba bendiciendo. Supuso, por las mesas, que sería un restorán. Fue entre ellas asperjando el agua bendita con su hisopo. Llegó a donde estaban los tubos que sirven para que las chicas hagan en ellos sus eróticas evoluciones. Los miró con detenimiento, alzó la vista a lo alto y trató de determinar su utilidad. "-Hijo -pregunta con interés al dueño del table dance-. ¿Para que sirven esos tubos? A juzgar por su diámetro no creo que puedan sostener mucho". Responde el individuo: "-Ái donde los ve, padrecito, sostienen a más de 80 familias"... Tenía razón ese sujeto. Hoy por hoy los únicos negocios rentables que hay en México son los table dance y los partidos políticos. Limitaré mi comentario a estos últimos. Mucho se habla de monopolios, y son execradas las empresas -públicas o privadas- que tienen visos monopólicos. Nadie se pone a considerar, sin embargo, que los partidos políticos ejercen también un monopolio: el de las candidaturas a los puestos públicos. Nadie, en efecto, puede ser candidato a cargo alguno si no es postulado por un partido. Los partidos políticos gozan de proteccionismo estatal, y su sostenimiento pesa en forma onerosa sobre los contribuyentes. Eso es malo, pero peor es que los tales partidos no sean en verdad agrupaciones políticas de ciudadanos: son una especie de empresas operadas por una burocracia y dirigidas por una casta de políticos que supuestamente luchan entre sí, pero que tras las bambalinas están a partir un piñón. En eso y en muchas otras cosas más se parecen a los pugilistas de la lucha libre, que sobre el ring fingen darse hasta con la cubeta, pero acabado el match se van a la cantina a tomar la copa en buena amistad y compañía. No buscan los partidos el bien de sus afiliados (ninguno sabe a ciencia cierta cuántos tiene); tampoco procuran el bien de la Nación. Se ocupan en preservar las suculentas prerrogativas que disfrutan para con ellas mantener sus aparatos de poder y la nómina de sus jerarcas y su burocracia. Por eso hay tantos partidos, partidillos y partiduchos. "Piensa, oh Patria querida, que el Cielo / un partido en cada hijo te dio"... Aquel sujeto estaba con una mujer casada en el domicilio conyugal de la señora. Se oyó llegar un automóvil: era el esposo de la pecatriz. Saltó de la cama el querido, cogió su ropa y apresuradamente se metió en el closet. Ahí estaba, temblando de inquietud, cuando a su lado oyó una vocecita: "-Qué oscuro está aquí; no se ve nada". "-¡Ah caón! -profirió en voz baja el asustado tipo-. ¿Quién eres tú?". "-Soy el hijo de la señora de la casa -dice la vocecita-. Y si no me das todo lo que traes en la cartera voy a gritar". "-¡No! -se espanta el lúbrico amador-. ¡Ten, toma el dinero!". Lo cogió el muchachillo, y poco después el individuo pudo salir del closet y de la casa. Al día siguiente Pepito -mis cuatro avispados lectores ya adivinaron que el niño era Pepito- traía una bicicleta nueva. "-¿De dónde sacaste esa bicicleta?" -le pregunta su mamá. "-Es mía -responde Pepito-. La compré". "-¿Con qué dinero?" -inquiere la señora. "-No te lo puedo decir" -replica el niño. "-Debes haber hecho algo muy malo -afirma la señora-. Te llevaré a la iglesia para que te confieses". Ya en el templo le toca el turno a Pepito. Entra en el confesionario y dice: "-Qué oscuro está aquí; no se ve nada". Del otro lado de la ventanita se oye una voz furiosa: "-¿Ya vas a empezar otra vez?"... FIN.