Los legisladores pertenecientes al Partido de la Revolución Democrática salían del recinto dejando sus sitiales vacíos como mudos espectadores de las barbaridades que ocurren cuando hay democracia. Arriba, en la tribuna, una robusta mujer de abundante cabellera, se disponía a hacer uso de la palabra para contestar el informe de Vicente Fox. La diáspora legislativa tenia el antecedente de un panista y uno de la bancada priísta presidiendo los trabajos anteriores, por lo que los perredistas estimaban que a uno de los suyos le tocaba asumir la responsabilidad de dar puntual respuesta a la rendición de cuentas del Presidente. No hubo acuerdo con sus colegas para que así sucediera provocando la desbandada. Los acompañaron en su salida un gobernador priísta y nada menos que la segunda de a bordo en la directiva nacional del PRI.
Si se toma en cuenta que tanto la lectura del informe como la respuesta carecieron del encanto de otros tiempos, algunos de los asistentes pudieron dar rienda suelta a la somnolencia que les provocaba el aburrimiento sólo interrumpido por las constantes rechiflas y aplausos, en que unos mostraban su ánimo de censura y los otros su deseo de neutralizar a aquéllos, más que en ovacionar al orador. En la parte superior del estrado, la priísta Beatriz Paredes clamaba que en México no existe crisis de gobernabilidad y ya afuera de la estancia, Jesús Ortega Martínez del PRD arremetía contra el PAN y el PRI acusándolos de tener una actitud patrimonialista y antidemocrática en el asunto de quién debería ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados. La pregunta que quedó en el ambiente es: ¿por qué esa fobia en impedir que el PRD diera cabal respuesta al informe del presidente Fox?
El planteamiento es de vital importancia para el futuro de la política pues la explicación que dio Beatriz Paredes desde la tribuna más alta del país, equivale a un: váyanse que ni falta hacen. Paredes, respondiendo al abandono de los perredistas, con efusiva voz indicó, no sin cierta picardía, que “aunque su representación en el Congreso (la del PRD) es de un once por ciento” lamentaba su ausencia. Les restregaba en la cara que son una minoría carente de peso ante los colosos PAN Y PRD por lo que no podían aspirar a dirigir los trabajos de los diputados de igual a igual. Hemos de decir que no estaremos jamás de acuerdo con ese criterio utilizado para desechar a un partido de las labores que corresponden a cualquier legislador. Aquí hubo más mar de fondo que el de que simplemente las mayorías mandan. ¿Sería que tras la maniobra hubo una repulsa abierta por todo lo que huela a izquierdismo? ¿Un mac carthismo de petatiux? No es de creerse pues la convicción ideológica que guía a un enorme porcentaje de políticos no va más allá de lo que diga la nómina.
El pedido a los diputados de oposición había sido que, por el bien de la nación (en vez de nación dígase Fox), se conservara la calma durante el transcurso de la perorata. Obsérvese que la bancada del PRD cumplió; tan es así que comenzó su éxodo hasta que el Presidente terminó su alocución. Los que aparentemente se salieron del “script”, dándole cierto sabor al caldo, fueron diputados y uno que otro senador de las filas priístas que, con carteles en ristre, en los que se leían leyendas alusivas a una mala administración pública, se la pasaron abucheando. En fin, debe pensarse que el miedo sobrecogió a las huestes foxistas cuando se dio la posibilidad de que un perredista contestase el informe lo que, de haber sido así, es muy probable que se hubieran dicho cosas que hubieran causado escozor a un hombre tan, pero tan, susceptible a la crítica.