Pocas personas pueden darse el lujo de celebrar el mismo día del año su aniversario de bodas, su cumpleaños, y la fecha de su mayor éxito profesional. Por el resto de sus días cada 2 de julio Vicente Fox podrá conmemorar tres fiestas en una. Fue un hecho fortuito que el día de las elecciones, hace dos años, coincidiera con el de su cumpleaños. En cambio la celebración de su boda con Martha Sahagún fue arreglada, prácticamente forzada, para que coincidiera en esa fecha (en realidad fue una descortesía a la visita de Aznar, el presidente español, que justamente llegó ese día a México). Hay un movimiento supuestamente ciudadano que busca convencer al resto de los mexicanos para hacer del 2 de julio “el día de la democracia” y construir una gran plaza o monumento para celebrarlo. Es una idea que complace a Fox y a Martha Sahagún pues haría del cumpleaños del primero y del aniversario de bodas de la segunda, una fiesta nacional.
Este “menage a trois” que Fox ha conseguido en materia de celebraciones no es la única muestra del extraordinario sentido de oportunidad que le ha caracterizado a lo largo de su vida. Hace dos sexenios era apenas un empresario agrícola no demasiado próspero de provincia, vagamente simpatizante de Clouthier. Unos años más tarde era el protagonista de la mayor proeza en la historia política moderna de México. Uno puede suponer la enorme fortuna y el formidable “timing” que requirió tumbar a la poderosa maquinaria que a lo largo de 70 años construyó el PRI. Desde luego no fue Fox, sino la suma de muchas circunstancias, pero el hecho es que él fue la punta de lanza y el beneficiario de este fenómeno.
Pero todo este sentido de la oportunidad que gozó como candidato parece haberse desvanecido ahora que es Presidente. Lo que constituyó su mayor atributo en el pasado, esa mezcla de suerte y timing, desapareció para convertirse en una adversidad.
Definitivamente, los astros no han estado del lado de Fox. Tan pronto como asumió el poder el panorama internacional comenzó a nublarse. Las economías del mundo entraron en recesión. La tragedia del 11 de septiembre el año pasado paró en seco la integración con Norteamérica a la que tanto apostó el nuevo gobierno. Son hechos sobre los cuales el gobierno mexicano no tuvo la menor responsabilidad. Simplemente “le sucedieron”.
Pero en cambio Fox se ha ganado a pulso la otra mitad de sus problemas. El olfato político del que hizo gala en su ascenso al poder se convirtió en torpeza. El caso de Pemex es la última cuenta de un largo collar de desatinos.
Desde luego que nadie en su juicio apostaría por la honestidad de un líder sindical petrolero. No se necesita ser Sherlok Holmes para descubrir que Carlos Romero Deschamps, secretario general del sindicato, utilizó parte de los multimillonarios fondos obreros para otros usos (incluyendo financiamientos al PRI). Limpiar esta cloaca forma parte de la modernización de Pemex.
Lo que no se explica es el pésimo momento elegido para llevar a tribunales a Romero Deschamps: justo a la mitad de las negociaciones salariales con el sindicato, con lo cual se contamina con un matiz laboral lo que en principio constituiría un tema de corrupción. Lo único que se ha logrado es otorgarle al líder corrupto una bandera para llamarse víctima de la persecución por el simple delito de buscar mejores salarios para sus representados.
El error de mezclar ambas agendas es que se pierde en ambos terrenos. Ahora será mucho más difícil lograr el desafuero de Romero (legislador por el PRI). Y también será más complicado llegar a un acuerdo satisfactorio con el sindicato. El gobierno está urgido de reducir las extraordinarias canonjías de que goza el sindicato, pues se han convertido en un obstáculo para la eficiencia y la modernización de la empresa.
En otras circunstancias muchos obreros del petróleo habrían estado de acuerdo en una limpia de líderes enriquecidos a costa de sus representados. Bajo otras condiciones las bases del sindicato podrían haber estado dispuestas a ceder privilegios a cambio de hacer más viable y próspero el futuro de Pemex. Pero ahora la negociación se ha emponzoñado de desconfianza y mensajes contradictorios. Las autoridades han intentado convencer a los trabajadores de que la persecución de los líderes no busca debilitar su negociación contractual. Obviamente, los líderes han argumentado lo contrario. Y, también obviamente, han sido más persuasivos que el gobierno. El resultado no ha podido ser más desastroso: ahora el sindicato, además de sus reivindicaciones salariales, exige detener “la persecución política” de sus líderes. Hay un emplazamiento a huelga en Pemex el 1 de octubre y para nadie es un secreto que la economía del país no puede permitirse la parálisis de la petrolera (cada día de cierre de Pemex representaría más de mil millones de pesos sólo en costos directos).
Los casos fallidos de la reforma fiscal, la construcción del nuevo aeropuerto, la reforma del Estado, la Ley Indígena y ahora la corrupción en Pemex, revelan que la buena voluntad no basta para gobernar. Los buenos deseos deben ir arropados de astucia, conocimiento y oficio. O por lo menos de buena suerte. Fox nunca estuvo dotado de una gran dosis de habilidad política, pero la fortuna y un innato sentido de la oportunidad lo compensaron ampliamente. Ya no.
(jzepeda52@aol.com)