El ser humano es capaz de mostrar tanto una gran compasión como una gran indiferencia. En nuestras manos está alimentar la primera y superar la segunda. La compasión es el acto de abrir el corazón. Vivir en estado de compasión significa que accedemos al mundo, con un pegamento emocional que nos mantiene unidos con la experiencia humana. La compasión nos conecta definitivamente con nuestra esencia y con la esencia de los que nos rodean. Hay que percatarnos que nosotros mismos erigimos las barreras que nos separan de los demás. El camino para demoler esas barreras es precisamente la compasión. Por ello, necesitamos hacer juicios de valor precisos para protegernos de la perversidad humana.