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El espíritu de un tratado

Gilberto Serna

Se dice que en unos cuantos días iniciará su vigencia uno de los apartados del Tratado de Libre Comercio que pondrá en graves apuros al campo mexicano, atendiendo a que el mercado se verá inundado de productos que están fuertemente subsidiados en los Estados Unidos que harán una injusta competencia a los nuestros. No sabemos qué tan cierto sea esto, pero la manera como desató una respuesta del Senado de la República en el sentido de que, de no renegociarse el tratado por el gobierno mexicano, entonces ese cuerpo legislativo tomaría las medidas necesarias para posponer su aplicación en materia agroalimentaria, por lo menos por un año, así como el hecho de que a continuación los parlamentarios vinculados con el asunto se hayan desistido de su intento, hace pensar en nuestra debilidad como nación, más patente cada día que pasa.

Lo que entiendo es que los aranceles que podrían fijarse al introducirse la mercancía a nuestro país para compensar los subsidios que allá se dan al agricultor, no se harán efectivos. Se sabe que representantes de la embajada de Estados Unidos cabildearon ante senadores del PRI, PAN y PRD para que dieran marcha atrás en el intento de postergar por un año la entrada en vigor del capítulo agropecuario del TLC. En la gestión participaron, por parte del gobierno mexicano, los subsecretarios Ángel Villalobos y Rocío Ruiz, de negociaciones Comerciales Internacionales y de Comercio Interior de la Secretaría de Economía respectivamente. Según versión del priista José Eulogio Bonilla, presidente de la Comisión de Desarrollo Rural del Senado, hubo una clara advertencia que tuvo, sin lugar a dudas, un evidente olor a represalia.

En efecto, de acuerdo con lo que dice el senador, la subsecretaria Rocío Ruiz planteó que es verdad que “el Senado tenía facultades para decidir soberanamente en materia arancelaria, pero que el TLCAN no es sólo agropecuario y EU podría responder también de manera unilateral, imponiendo aranceles en otros productos”; esto es, el riesgo era enfrentar el desquite en renglones exportadores de México como aguacate, tomate y otras hortalizas e incluso en sectores ajenos al agro. De ahí que presagiando una tormenta los senadores, asustados de su osadía, desistieran en su propósito. Llamó poderosamente la atención el que funcionarios mexicanos hayan intercedido en favor de intereses estadounidenses. Aunque a decir verdad, visto desapasionadamente, su intervención pudo llevar la intención de evitar que se produjera un daño a nuestro país pues, después de todo, la reversa que dieron los senadores la resolvieron voluntariamente sin que nadie les estuviera haciendo “manita de puerco”.

La cosa es que todo lo anterior hace que la inquietud se agudiza en todos nosotros pues ya se habla de bloqueos a aduanas, a puertos y a carreteras para impedir el ingreso de productos agropecuarios provenientes de los Estados Unidos. Me pregunto: si las cosas fueran al revés y la subvención la recibieran los frutos obtenidos por los agricultores mexicanos, ¿qué creen ustedes que ocurriría? ¿No estarán pretendiendo asustar con el petate del muerto? ¿de qué se trata, pues? un convenio es entre dos (o tres); deja de serlo cuando se convierte en un instrumento de presión de una de las partes que sin ambages ni remilgos, deja ver que hará lo que convenga a los intereses de los agricultores de allá sin importar que al hacerlo rompa con el espíritu de cooperación con el que fue firmado y por el cual persiste hasta estos días el TLC. ¿Le estarán dando la misma medicina a los hombres del campo de Canadá?

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