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El hacedor de caminos

Gilberto Serna

No sé; no me atrevo a hacer una descripción por que, al fin y al cabo ¿cómo se describe el talento? Si pretendiera definir su personalidad lo primero que diría es que rezuma conocimientos jurídicos por todos los poros de su cuerpo. Es, ha sido y será un hombre hecho para una vida dedicada a la ciencia del Derecho. No lo imagino en actividad distinta. Nació para ser abogado en todas las acepciones en que entiendo esa profesión. Es un artífice que, con la precisión de un orfebre cuando elabora una delicada joya, hace entendible lo que para cualquiera seria enredado y dificultoso. He sido testigo de cómo asuntos intrincados, se vuelven asequibles en sus manos. Es un hombre que se ha quemado las pestañas, -en épocas pasadas se leía a la luz que despedía la llama de una vela-, estudiando día con día, hurgando en ese misterio eterno que es la impartición de justicia.

Si algo entre sus muchas facetas sobresale, es que nunca, desde que le conozco, ha tomado asiento en el Olimpo de los engreídos. Sabe tener la paciencia necesaria para escuchar mientras escruta en el rostro de sus interlocutores. Un abogado completo como es él, no podía dejar de poseer una sagacidad poco común. Lo didáctico es parte de su personalidad por lo que no son pocas las generaciones que lo han aprovechado. Al verlo en la cátedra –él es un maestro no sólo en el salón de clase si no en cualquier lugar donde físicamente se encuentre-, por un momento, cual si el tiempo se hubiera detenido, da la impresión de que siempre ha estado ahí, desde los días remotos en que los romanos elaboraban las instituciones que ahora guían los pasos de quienes practicamos el Derecho.

Los que hemos hecho de la abogacía una profesión estamos orgullosos. Un coahuilense de cepa ha destacado a tal punto que, no obstante que es provinciano, se le ha galardonado nacionalmente como uno de los grandes juristas de nuestra época. Hasta ese día en que recibió la presea, un requisito no escrito para accesar al lauro consistía en residir en la capital de la república. Un estudioso del Derecho que radicara en la periferia era y sería un perfecto desconocido. A nuestros valores locales, por lo común, se les ignora en una intrincada selva de intereses. Los que despachan desde la metrópoli siempre, digámoslo sin tapujos, hicieron “menos” a los letrados del interior del país. Bien, si no se encuentra otro mérito, en este eximio abogado, el romper la fábula de que en la provincia no hay apasionados del Derecho lo hace destacar como un hacedor de caminos para generaciones venideras.

Es posible que al expresar lo que siento me haya dejado llevar por la euforia de una distinción a un abogado al que admiro profundamente por su sapiencia jurídica, demostrando así mi tendencia a lo hiperbólico, aunque les aseguro que nada de lo que se diga de José Fuentes García es vacuo elogio. Que es un exégeta del Derecho, eso no se lo quita nadie. Tiene además la virtud de ser un brillante expositor que no se conforma con saber lo que otros dijeron, sino que se preocupa por abrir nuevos horizontes. En la docencia ha trazado nuevos rumbos y derrumbado viejos mitos y, lo más importante en un ser humano, sabe disfrutar de la vida y es pródigo al entregar su amistad. En fin, ha sido un magistrado integro consagrado en las lecciones aristotélicas del bien común, un funcionario probo del que se puede decir que cumplió con excelencia lo que la sociedad le propuso y un alquimista de tiempos idos que supo encontrar la piedra filosofal para obtener el oro de la sabiduría. Enhorabuena maestro.

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