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El infierno de la memoria en un entrecruce de pensamientos comunes

El infierno de la memoria en un entrecruce de pensamientos comunes México, 1 Sep (Notimex).- El dramaturgo mexicano Juan José Gurrola, creador interdisciplinario, es el responsable de enfrentar a "El doliente designado", del dramaturgo estadounidense Wallace Shawn, con público a través de una obra que se desarrolla en el infierno de la memoria en un entrecruce de pensamientos comunes y que se presenta en la sala Xavier Villaurrutia, del Centro Cultural de Bosque, los viernes, sábados y domingos.

El programa de mano explica que "se trata de un monólogo a tres voces sobre la extinción de la pureza de los eruditos, el derrumbe de la aureola que corona a los escritores y poetas que revolotean para ser reconocidos en los círculos intelectuales, en los cotos del poder cultural".

En una época que puede ser cualquiera, en un lugar que se puede ubicar en cualquier parte del mundo, tres personajes "se lamentan por la gradual desaparición de su grupo de elegidos dedicado a cultivar las sutilezas de la estética y la cultura, la élite intelectual, a manos del 'enemigo': las hordas guerrilleras, incultas, terroristas que los van eliminando con una saña brutal; y no como idea abstracta".

Jack, un estudiante de letras venido a menos, quien se define a sí mismo como "un ex alumno de literatura inglesa que desde esa altura se fue rodando cuesta abajo, en picada", que envidia, admira y odia a su intelectual suegro que lo considera un perezoso.

Elena, pareja e hija de Octavio. Ella, una mujer que no usa vestidos delante de su papá, una "ingenua" inmersa en un medio intelectual que no comprende muy bien, como lo demuestra el hecho de que para ella la diferencia entre la prosa y la poesía está en el tamaño de las líneas.

Octavio es sensible a los más obscuros versos, sobresaliente en muchos temas y con una enorme capacidad para despreciar todo.

Pero qué o quién es un doliente designado. La persona que es la última de su estirpe, la que escapando al exterminio de su grupo es la única capaz de dar fe de lo que algún día existió. l, que se salva del trágico destino y recuerda lo que fue y a los que fueron.

En esta caso, el rol lo asume Jack.

El peso de la palabra, de ahí buena parte para que se ubique a la obra como tres monólogos, es fundamental. Cada uno dando su versión de hechos y lugares comunes.

Sin embargo, no hay diálogos entre ellos, al menos en la forma convencional, pero sí una especie de vasos comunicantes a través de los cuales una palabra da pauta para que el otro hable y así sucesivamente.

De hacho, los personajes están en diferentes lugares y momentos; aún más, no todos están vivos, desde el más allá plasman su vida, su sentir, su amargura ante los espectadores que no saben si se trata de espectros o de una alegoría de determinada clase, en esta caso la intelectual.

No hay buenos ni malos. Algunos sucumben frente a las necesidades de otros y a éstos no les importan las necesidades de aquéllos. El mundo de las autoprerrogativas que otorga la "superioridad" cultural se desmorona hasta desaparecer frente a las necesidades pragmáticas.

Tres actores representando a igual número de personajes: Héctor Téllez (Octavio), David Hevia (Jack) y Gabriela G. Hopkin (Elena).

Más que una caracterización, son dos hombres y una mujer hablando, hasta cierto punto, de ellos mismos, como seres humanos que ven una situación que en forma real o latente está presente en el mundo contemporáneo.

Los tres entregan lo mejor de sí mismos, la naturalidad es lo que le da frescura a la propuesta, porque de lo contrario la profundidad y aridez del texto, por las excesivas reflexiones a partir de una aparente sencillez y toques de humor, acabarían por eliminar con otro grupo cultural: los espectadores teatrales.

Una obra que exige concentración de principio a fin, que requiere de teatrófilos convencidos y dispuestos a reflexionar, a buscar entre líneas una serie de por qués y, al final, entender a cualesquiera de las dos partes: intelectuales o guerrilleros.

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