El respaldo que desde los Estados Unidos le da Ernesto Zedillo Ponce de León a su sucesor, acerca del debate que sostiene con los gobernadores por las participaciones federales, no tendría nada de malo si no fuera porque, para que no quedara duda de su apoyo irrestricto al actual Presidente, llamó una mentira de los gobernadores la alegada carencia de recursos en los estados. Eso provocó que senadores priistas y perredistas tronaran contra el ex-presidente a quien le reclaman desconocer la nueva realidad del país indicando que de seguro quiere acercarse al foxismo para evitar investigaciones en torno a su gestión; sobre todo en los casos de Fobaproa y del Pemexgate. Desde luego, nos atrevemos a sugerir, no es esa la motivación para que don Ernesto rompiera el silencio al que puede estar obligado por una regla no escrita en la política mexicana.
En efecto, desde que reconoció el triunfo a Vicente Fox, creo que se ganó la impunidad en todos aquellos casos en los que pudiera corresponderle responsabilidad, comprendiendo los dos asuntos arriba mencionados. La cuestión es que su participación revela que el actual gobierno no encuentra como someter a los gobernadores rebeldes afiliados a la Conago quienes se mantienen en una contumacia poco conveniente para la estabilidad y el equilibrio que requiere el país. En el caso de la directiva del PRI, poco pudieron hacer Madrazo Pintado y Gordillo, quienes por angas o por mangas traen estropeado su liderazgo, por lo que los gobernadores ni en cuenta los toman, dándose el penoso caso de que se contentan con ser el eco de lo que dicen los auténticos jefes estatales. Es verdad que el Ernesto de ahora no es el Zedillo de antes. Aun recordamos cuando despachaba desde Palacio Nacional que los gobernadores comían en su mano y estaban los ojos de todos atentos a sus carantoñas, encargándose Liévano Sáenz de tronarles los dedos para que se alinearan por la derecha. Había algo de mágico en la banda tricolor que sujetaba a los gobernadores priistas que solían llegar a la abyección para satisfacer los más mínimos deseos del mandatario. Es por eso que no hay que olvidar que la mayoría de los gobernadores actuales aún traen el “fierro” del zedillismo al que en su momento le pidieron su visto bueno para figurar como candidatos, recibiendo millonarias cantidades de dinero para sus campañas.
Es quizá por eso que no se ha escuchado el más leve reclamo por parte de los gobernadores agrupados en la Conago, a quien el ex presidente dirigió sus invectivas llamándolos irresponsables y mendaces. De donde se advierte que quizá éste debió ser el conducto que hubo de utilizar el gobierno foxista para enderezarles los pasos a los gobernadores disidentes, aunque en política no siempre lo que se exterioriza es aquello que se está sintiendo, por lo que bien puede Zedillo fingir que regaña a sus antiguos cofrades, entendiéndose que si lo hace con estridencia es para simular que accede a lo que seguramente le pidieron desde Los Pinos. Si Zedillo hubiera querido jalarles las orejas a los gobernadores, nada le hubiera costado usar métodos menos ruidosos y más ortodoxos, cuyas palabras hubieran llegado sólo a oídos de los mandatarios estatales quien entonces hubieran sabido que la cosa iba en serio.