Al comenzar el siglo, los científicos necesitaban un animal con el que prácticamente pudieran probar todas sus teorías sobre las enfermedades. Necesitaban un animal pequeño, dócil, altamente reproducible, y que llegara pronto a la vejez. Fue el doctor William Castle, de la Universidad de Harvard, quien tuvo la ocurrencia de que fueran los ratones. Así, en su granja procreó más de once mil ratoncitos, que luego fueron distribuidos a muchos laboratorios. Ya en 1908, a diez semanas de su nacimiento, Castle y sus colegas estaban estudiando la genética de estos pequeños roedores y encontrando similitudes extraordinarias con los humanos. Desde entonces, literalmente en todo el mundo, los descubrimientos principales que se han hecho han sido a través de ratones de laboratorio. En esos laboratorios, son cuidadosamente controlados para los experimentos. Si se trata de medir el estrés, no hay nada como poner a los ratoncitos en laberintos. Si los científicos pretenden descubrir en dónde se aloja una determinada bacteria, no hay como inyectarla en los ratones. A través de los ratones, los investigadores han podido establecer lo extraordinariamente complejo que es el sistema nervioso humano. Hasta ahora los investigadores no han encontrado un animal con las características del ratón que puede ser reemplazado para los experimentos. Sigue siendo el campeón.