Parece que la opinión pública y su amanuense, la prensa nacional, han descubierto en fechas recientes que la pobreza es una lacra social que debe eliminarse a la brevedad posible. Desafiando las palabras de Cristo respecto a la supervivencia de los pobres a nuestro lado (San Juan 12:8), en la historia no han faltado intentos de acabar con ellos creando empleos remunerativos en suficiente número para alivianar la carga social. Esto no ha sido posible por lo que Malthus nos señaló desde 1798: la población aumenta en progresión geométrica, y los medios de subsistencia en progresión aritmética. Malthus esperaba que las epidemias, las guerras y las hambrunas redujeran un poco esa desproporción, pero entre las vacunas, las semillas mejoradas y el horror de una guerra atómica, esos frenos ya derrapan.
La gran vergüenza de la civilización es que, con todos los adelantos científicos y tecnológicos, sigan “las masas” hundidas en la penuria. Y la máxima ironía es que los adelantos más significativos de tiempos modernos son los que han eliminado el mayor número de empleos. De ahí que la sobrepoblación siga siendo la causa principal de la pobreza que la Iglesia quiere ver eliminada mientras ella sigue predicando las prácticas que más la aumentan.
Por lo mismo, es tan impertinente (palabra exacta) echarle la culpa de la pobreza al neoliberalismo o al comunismo en los países pobres como al consumismo en los países ricos, cuando es la sobrepoblación la causa directa de la pobreza porque la oferta de mano de obra impreparada excede con mucho la demanda. En la población mundial, ya son miles de millones los desempleados, todos con las necesidades insatisfechas de cuerpo, alma y corazón.
Ahora hasta el Cardenal Norberto Rivera se ha sumado a la nueva cruzada contra la pobreza, cargándoles a los ricos la obligación de rescatar a todo el pobrerío del país de su mísera existencia. Así cayó él también en la trampa de moda de culpar al capitalismo neoliberal por la pobreza de 40 millones de mexicanos. Poco parece importarle que, no sólo en México sino en el mundo, desde que el mundo es mundo, la inmensa mayoría de la población mundial siempre ha sido pobre. Lo importante ahora es identificar su causa para poderla combatir. Y la causa es la sobrepoblación.
Así regresamos al simpático Cardenal Rivera (lo digo sin ironía) y la incapacidad de oficio que le impide reconocer la verdadera causa. Lo cierto es que, en países como México y los demás engendrados como el nuestro en el antiguo Imperio Español, es la Iglesia Católica la principal responsable de la sobrepoblación, ergo, de la pobreza, por su militante oposición al uso de anticonceptivos. Así, Juan Pablo II, sabio y amable como pocos, tuvo a bien declarar que toda unión sexual estaba moralmente obligada a “dejar la puerta abierta a la paternidad”. Tal es la fórmula infalible para generar la pobreza aquí y en China, sólo que en China los hijos nacidos después de los dos primeros carecen de todos los derechos a la educación y salud de los cuales gozan los dos mayores.
Ese, hasta ahora, ha sido el freno poblacional más eficaz. Claro que las parejas de clase “acomodada” ya no le hacen caso a esas encomiendas sacerdotales porque saben lo que cuesta una vida para que pueda llamarse realmente “humana”. No así las parejas del pobrerío, cuya vida a menudo no tiene ni la estructura rudimentaria de un petate bajo techo y tres comidas al día. La idea sacerdotal de que esta gente va a pensar en la prevención por abstinencia u observancia de ritmos es pueril. La prevención práctica tendrá que ser por medio de píldoras anticonceptivas regaladas por millonadas al “pueblo”, porque si no, ¿con qué ojos?
Señores legisladores del catolicismo, piensen, por favor, si quieren ser de veras “universales”: Los recursos del mundo se están acabando: los bosques, las aguas, los aires. China ya aceptó los hechos. A mí me apena que sólo la Iglesia Católica no reconozca esa realidad.