George W. Bush es una persona que no tendrá problemas de autoestima por mucho tiempo. Todavía es demasiado pronto para discernir cabalmente todas las consecuencias de su victoria y la de su partido en las elecciones del martes 5 de noviembre. En lo que todo mundo está de acuerdo es que esto deja a Bush prácticamente blindado frente a la oposición, al menos por el momento. Quedó atrás el presidente vacilante, al que le pesaban sus lapsus en geografía y el hecho de deberle el puesto a una votación confusa y sospechosa en Florida. Bush es hoy un super presidente, con los índices de aprobación más altos que haya tenido un mandatario a la mitad de su gobierno (encuesta de The New York Times). Para alguien con un I.Q. tan menguado, debe ser un pensamiento embriagador saberse el hombre más poderoso del planeta (y motivo de preocupación para el resto de los mortales).
Los motivos para la beatificación de este personaje no hablan muy bien de la condición humana. ¿Por qué es tan popular Bush? Exactamente por las mismas razones que han catapultado a la cima de la notoriedad a Vladimir Putin, el mandatario ruso, luego de la tragedia en el teatro de Moscú en el que cerca de 200 personas fallecieron, entre rehenes y guerrilleros, hace menos de tres semanas. El régimen de Putin gaseó a su propia gente con sustancias química secretas y luego se negó a revelar a los hospitales el antídoto para rescatar del coma a cientos de víctimas. Y, sin embargo, la opinión pública rusa aplaudió a rabiar la mano dura de su presidente. En tiempos de incertidumbre las personas prefieren seguridad que justicia (y, en ocasiones, que libertad). Son las mismas razones que hacen de Bush un héroe por el simple recurso de salir a la calle de matón luego de la tragedia del 11 de septiembre. Poco importa que Saddam Hussein nada tenga que ver con Al Queda o con el atentado a las torres de Nueva York. La opinión pública necesita la satisfacción de un escarmiento sangriento y su presidente se los va a dar.
¿Qué sigue? En materia internacional, el Consejo de Seguridad ha logrado esta semana un resquicio para darle una oportunidad a la paz. Es una paz prendida con alfileres. Los inspectores irán a Iraq y dependiendo de lo que encuentren, habrá o no habrá guerra. Washington observará el proceso con el dedo puesto en el gatillo en espera del más ligero contratiempo. En las próximas semanas viviremos en el suspenso de una guerra anunciada.
Giro Conservador
En materia de política interna, el triunfo republicano cambia sustancialmente la correlación de fuerzas en Estados Unidos. Además de tener mayoría de gobernadores y dominio de la Cámara de Representantes (equivalente a nuestra Cámara de Diputados), ahora tendrán control del todopoderoso Senado. Si bien no alcanzan el 60% que requiere muchas de las votaciones, los republicanos dominarán en todas las comisiones. Los demócratas podrán retrasar los designios de Bush pero no podrán frenarlos.
En el sistema judicial el efecto será aún mas duradero. Bush aprovechará su fuerza para imponer jueces de ideología conservadora, particularmente en la Suprema Corte que es la instancia rectora y la última palabra en los litigios del país. En este tribunal se deciden asuntos tan trascendentales como el resultado de una elección presidencial, por ejemplo.
Con la mayoría Bush podrá profundizar sus polémicas reformas que otorgan gran discrecionalidad a los cuerpos de seguridad para vigilar y detener a particulares. También podrá sacar adelante el proyecto de creación de un super ministerio de Seguridad, que permanecía bloqueado en el Senado. Esta gigantesca dependencia aglutinaría todos los servicios de espionaje, de emergencia y antiterrorismo. Rudy Giuliani, el ex alcalde de Nueva York, es el candidato preferido por Bush para encabezarlo (no deja de ser curioso que Giuliani sirva lo mismo para un barrido que para un regado: para funcionario de un presidente de derechas como George W. Bush o para asesor de un regente de izquierdas como Andrés Manuel López Obrador).
Los pobres no las tendrán consigo. La política social sufrirá un abatimiento: se reducirán los subsidios a la pobreza que se establecieron con las reformas impulsadas por Clinton. Seguramente parte de los fondos de seguridad social se desviarán hacia la Bolsa. Disminuirá el apoyo a mujeres abandonadas, a minorías y a barrios desahuciados. La agenda ecológica también saldrá perjudicada; ya se anuncia que el gobierno promoverá el levantamiento de restricciones para la explotación de yacimientos en Alaska que había sido detenida por consideraciones ecológicas.
En general tampoco son buenas noticias para México. Si bien Bush tiene un interés personal en nuestro país, le gusta mucho más el poder. Ceder puntos a México no es un tema que haga ganar votos de cara a la elección presidencial del 2004. Los republicanos se han caracterizado por un visión más rígida hacia los asuntos latinos, la pobreza y la migración. Nos esperan dos difíciles años, que en caso de reelección podrían convertirse en seis (me refiero a Bush, no a Fox. Lo de Fox amerita otra ocasión).
(jzepeda52@aol.com)