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El santo de la cita ordinaria

Juan de la Borbolla

San Josemaría Escrivá de Balaguer predicó desde el 2 de octubre de 1928 un mensaje “tan antiguo y tan viejo como el Evangelio”, mismo que se resume en la Vocación Universal a la Santidad, a través de encontrar en las actividades comunes que nos plantea diariamente la vida ordinaria, la posibilidad de buscar esa llamada de Dios a ser santo.

El fundador del Opus Dei insistió reiteradamente en el hecho de que toda persona, independientemente de sus circunstancias accidentales de edad, sexo, capacidad intelectual, profesión, potencial económico, salud, o estado civil: célibe, casado, soltero o viudo; puede y debe encontrar su propio camino hacia Dios, de modo que pueda hacer posible esa meta concreta que nos dejó en vida Nuestro Señor Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Por ello el sacerdote aragonés insistió desde los primeros años de vida de la Obra, que a nadie debía de extraérsele de su trabajo ordinario, de sus ocupaciones habituales y de su ambiente social, económico y cultural, para estar en posibilidad de aspirar a la santidad.

Inclusive para reafirmar lo anterior construyó una ingeniosa frase en torno a la por él denominada con gran sentido del humor: “mística ojalatera”: Ojalá no me hubiera casado, si es que estoy casado, ojalá me hubiera casado con alguien distinto de quien lo hice; ojalá y tuviera otro trabajo, ojalá...

La por él denominada mística ojalatera nos ubica en ese ensueño irrealista que hoy podríamos denominar bajo el término de realidad virtual, que inhibe la acción concreta puntual y efectiva, por quedarse en los ensueños, en las ilusiones de la imaginación estéril.

La llamada universal a la santidad no puede, pues, hacer acepción de personas, motivo por el cuál repitió hasta el cansancio el recién canonizado San Josemaría, que son santificables todos los caminos divinos de la Tierra.

Con esto la universalidad de los apostolados del Opus Dei no se circunscribe a la expansión de la actividad apostólica de los miembros de la Prelatura por todos los países y todas las regiones de la Tierra, vocación cosmopolita que alentó el fundador aun en medio de la terrible situación que se vivía en los primeros años de la Obra con una Guerra Civil encima y posteriormente con el estallido de la pavorosa Segunda Guerra Mundial.

El mensaje universal contemplado diáfanamente por un sacerdote que el 2 de octubre de 1928 contaba nada más pero también, nada menos que con 26 años, la gracia de Dios y buen humor, ha caído a partir de esa fecha fundacional en toda clase de ambientes; en personas de toda condición social, económica, cultural y política, en gente de toda clase de origen étnico o nacional, en toda gama de actividades y profesiones a condición de ser dignas y nobles. Hay miembros del Opus Dei en toda actividad santificable, desde humildes afanadoras, hasta encumbrados científicos y catedráticos, desde obreros que con su esfuerzo manual transforman el material noble para convertirlo en productos de utilidad, hasta amas de casa que llevan a cabo el denominado por Nuestro Padre apostolado de todos los apostolados.

Por ello Juan Pablo II al referirse al nuevo santo refirió de él: “Se podría decir que es el santo de lo ordinario, ...de quien vive en una perspectiva de fe encontrando que todo es ocasión de encuentro con Dios, con lo que la santidad aparece verdaderamente al alcance de todos”.

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