Uno de los problemas más graves que enfrenta México y el planeta es el desorbitado conservadurismo y la excesiva arrogancia de George W. Bush y su gobierno. Ante ello, México debe repensar su política exterior para poner distancia de un vecino cada vez más agresivo y forjar una alianza con las tesis y fuerzas progresistas.
La política exterior de Estados Unidos siempre se ha movido en una contradicción monumental. Su experimento se asienta en una auténtica tradición legalista que frecuentemente choca con el convencimiento que tienen de ser diferentes, y mejores, que el resto de la humanidad. Tienen dos siglos y algo más pregonando legalidad al mundo -con esa bandera entraron en las dos guerras que devastaron al mundo del siglo XX-, y exigiendo al mismo tiempo ser tratados como alguien superior y excepcional. Washington dicta al mundo su manual de buenas costumbres, pero difícilmente acepta que la comunidad internacional opine sobre la forma en que se conduce.
El actual presidente, George W. Bush, ya optó por el unilateralismo extremo. Por ello es que rechazó el Protocolo de Kioto que protege el medio ambiente y se abstuvo de asistir a la Cumbre que se realiza en estos momentos en Johannesburgo. En el asunto donde ha llegado a niveles sin precedentes su conservadurismo, es en el rechazo tajante de la Corte Penal Internacional, el avance más importante de la legislación internacional de las últimas décadas. Además de retirar la firma, exigen inmunidad para los estadounidenses que van y vienen por el mundo defendiendo los intereses de ese país.
Las implicaciones que puede tener esa pretensión se aprecian en un extraordinario reportaje de investigación que acaba de publicar Newsweek sobre crímenes de guerra cometidos en Afganistán. Alrededor de mil combatientes talibanes y de Al-Qaeda que se habían rendido a las tropas de la Alianza del Norte (aliados cercanos de Estados Unidos) fueron ejecutados asfixiándolos con enorme lentitud mientras rodaban los trailers que los llevaban a prisión. No se ha demostrado si efectivos estadounidenses tuvieron alguna responsabilidad, pero aunque así fuera Washington frenaría cualquier intento por llamarlos a cuentas. Una y otra vez menosprecian las leyes y principios que se ha dado la comunidad internacional para evitar esos actos de barbarie. Las tesis de Bush no son compartidas por todos los estadounidenses. El reportaje de Newsweek cierra con una tesis que reivindica su tradición legalista: “puede no ser fácil para los estadounidenses el tener mucha simpatía por los prisioneros del Talibán y Al-Qaeda, pero las leyes (que regulan) la guerra no pueden aplicarse selectivamente. La justificación moral para el dolor y la destrucción del combate está en la defensa de la vigencia del Estado de Derecho”. En todo el mundo se levantan voces de alarma y protesta porque las políticas de Bush desquician un orden internacional que tardó mucho tiempo en construirse. A tanto llega la preocupación que hace poco la Alta Comisionada de Naciones Unidas para Derechos Humanos, Mary Robinson, se preguntaba si debíamos incluir entre las consecuencias del 11 de septiembre el final de la era de los derechos humanos.
México siempre ha tenido el difícil reto de ser vecino de Estados Unidos. Durante mucho tiempo encontramos cobijo en la legalidad y en los principios que desde siempre han sido el refugio de los débiles. Era una posición defensiva y un tanto hipocritona porque al mismo tiempo los gobiernos priístas mantenían una estrecha y pragmática relación con Washington. Pese a ello, el mantener la autonomía sobre diversos temas permitía a nuestro país mantener la independencia frente a Estados Unidos lo que era un motivo de identidad y de unidad interna.
Uno de los pocos temas en los que el gobierno de Vicente Fox impulsó un cambio real fue en la política exterior. Desde un primer momento, Jorge Castañeda diseñó una estrategia para que México tuviera una presencia más activa en el mundo. Entre las palancas utilizadas estuvo la promoción de los derechos humanos y la democracia. De esa manera, razonó el canciller, la democratización mexicana quedaría firmemente anclada en el exterior. Hacia Estados Unidos el objetivo se expresó en la prioridad que recibió la defensa de los mexicanos en ese país. Fue una decisión correcta porque la nación tiene pocos asuntos tan indudablemente prioritarios.
La estrategia iba bien, muy bien, hasta que vinieron los ataques terroristas a las torres gemelas de Nueva York. A partir de ese momento la estrategia mexicana quedó descuadrada porque la prioridad de Washington, la obsesión de Bush, se centró en la guerra contra el terrorismo. Pese a no recibir ventajas concretas, el gobierno de Fox mantuvo la política de respaldo a Washington. Para complacer a George W. Bush, Vicente Fox condicionó la visita de Fidel Castro a México, como se hizo evidente en aquella memorable conversación grabada y difundida por el cubano; para no contradecir a Washington México votó en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a favor de las tesis estadounidenses de inmunidad frente a la Corte Penal Internacional (la última vez el pasado 12 de julio con la resolución 1422). Y sin embargo, cuando Vicente Fox solicitó a su contraparte estadounidense que intercediera por nuestro connacional recientemente ejecutado en Texas, George W. Bush se mostró profundamente indiferente.
México debe revisar la cercanía que tiene con Bush y con los conservadores de ese país. Es cierto que militarmente el mundo es unipolar y lo domina Estados Unidos, pero económica, política y culturalmente el planeta se rige por la multipolaridad. Con eso en mente, es prudente y necesario poner una distancia clara e inequívoca frente a las tesis ultraconservadoras de Estados Unidos. Nuestros verdaderos intereses están en una alianza explícita con aquellos sectores que en el mundo propugnan por la vigencia de un Estado de Derecho que permite el florecimiento de la democracia y los derechos humanos. Ignoro si la cancelación del viaje de Fox a Texas, y la frialdad con la que fue recibido por el arrogante gobernador de ese estado, fueron casos aislados o signos de una reorientación de la política exterior. Sería deseable que esto último fuera el caso. Por la asimetría tan enorme en el poder que tienen México y Estados Unidos nos conviene evitar el triunfo del unilateralismo y de la ley del más fuerte. El Senado de la República debe ratificar a la brevedad posible nuestra adhesión a la Corte Penal Internacional, al mismo tiempo que la cancillería se une a quienes resisten activamente el chantaje que Estados Unidos impone al mundo entero.
En las circunstancias actuales la cercanía excesiva a Bush es un error. Anclemos nuestra democracia en el lado correcto de la ecuación internacional. Frente al nacionalismo reaccionario, nuestra apuesta debe estar en el casillero del nacionalismo ilustrado.
La miscelánea
Los conservadores mexicanos también hacen de las suyas. Desde hace meses surgieron las protestas en el estado de Morelos por la decisión oficial de permitir la destrucción del Casino de la Selva y su transformación en otro centro comercial. Ante la resistencia de un sector importante de la población, el gobierno panista de Morelos optó por una dureza innecesaria y absurda que envió a la cárcel a docenas de morelenses. Lamentable que la inversión privada tenga que hacerse con la protección de los uniformados.