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En boca cerrada

Cecilia Lavalle

Yo lo entiendo señor Presidente. Uno dice las cosas y ni se imagina el impacto que pueden tener nuestras palabras. Tengo la impresión de que eso sucede porque una vez dichas suenan peor de como las dijimos. Y luego ya ve cómo somos de escandalosos en México, no necesitamos pretextos para hacer un fiestón, menos para armar mitote. Y si a eso le agregamos que usted es el Presidente y, por tanto, lo que diga o deje de decir tiene un peso importante, pues peor.

Fíjese que a mí me pasa igual. A veces me da por decir lo que pienso sin meditarlo, “sin pasarlo por el cerebro”. Así decía mi maestro de español en la secundaria. Yo no sé si su experiencia era amplia en este asunto, el caso es que el primer día de clases lo primero que hizo fue colgar un letrero en la parte superior del pizarrón que decía: “Antes de hablar conecte la lengua al cerebro”. ¡Era odioso! Porque además, cada vez que alguien decía alguna impertinencia o de plano se hacía bolas con lo que iba diciendo, miraba al interlocutor/a con cara de dios del Olimpo al que se le está acabando la paciencia y luego, con su dedo índice, señalaba el letrerito.

A mí me pasó varias veces, como puede usted imaginar. Y, para colmo, cuando llegaba a casa y le platicaba a la familia las novedades del día, mi abuela me decía: “acuérdate que en boca cerrada no entran moscas”. A lo mejor por eso cuando decidí ser periodista elegí el periodismo escrito. Por un lado tengo más tiempo de pensar qué quiero decir y cómo quiero decirlo y por otro no conozco un refrán que diga algo así como “en pluma cerrada no entran moscas”. Y sí, admito que de vez en cuando escribo algunas tarugadas, pero mi ventaja es que a lo más mis lectores y lectoras saturan mi correo electrónico con protestas airadas o pacientes señalamientos (según la tarugada y el humor en que estén). Nunca una frase mía ha provocado que se caiga la bolsa (bueno, la de mi madre una vez, pero por un lado a mi madre a veces le da por exagerar y por otro se solucionó con levantarla del piso -a la bolsa- porque el supiritaco no fue para tanto). Tampoco una declaración mía ha provocado sesudos análisis en los medios electrónicos o impresos. A lo más mis hermanos se pitorrean de mí durante toda una tarde (y eso no es poco, porque créame que eso puede ser como asistir a una comparecencia en el Congreso en donde los diputados de su bancada se fueron a hacer un mandado y los de la oposición creen que usted les hace los mandados. Una vez comenzado el pitorreo todo lo que diga puede ser usado en mi contra y encima, se ríen hasta llorar los canallas). Claro, de igual modo, nunca mis comentarios han provocado la hazaña de que en un santiamén se pongan de acuerdo senadores del PRI, PAN y PRD Todos se pusieron de acuerdo. En su contra, Presidente, pero de acuerdo. Algo es algo ¿no?

Aquí entre nos, yo coincido con usted en que muchos legisladores/as están más pendientes de su partido y de sí mismos que de sus supuestos representados. Pero que yo lo diga –o escriba- no le quita el sueño a nadie (bueno, a lo mejor a mi tío Héctor porque dice que luego me paso). Lo malo es que lo dijo usted. Sí, ya sé que la declaración la enmarcó en el asunto de la reelección de legisladores como una manera, a su juicio y al de muchos, de que en verdad se esmeren en sus funciones y en su representación. No coincido, pero bueno, lo importante es que sus palabras dieron pretexto para el mitote: que si lo que buscaba era poner en la agenda política el tema de la reelección para buscar reelegirse usted; que si no tiene porqué meterse con el Poder Legislativo; que si qué tiene que andar hablando de esas cosas en el extranjero… Mire, yo lo entiendo; pero la verdad es que fue una impertinencia, en el sentido literal de la palabra. ¿Qué necesidad de alborotar a diputados/as y senadores/as? (cómo si necesitaran mucho para alborotarse) ¡¡cuando está por negociarse el presupuesto!! Y luego su declaración de que era muy probable que los responsables de delitos por violaciones a los derechos humanos durante la Guerra Sucia quedaran impunes porque se trataba de delitos que ya prescribieron. La verdad es que se pasó. Porque si eso cree (y da la impresión de que su respuesta fue espontánea) ¿para qué entonces crear una fiscalía especializada?, ¿sabe algo o nos está hablando al tanteo?, ¿la creación de la fiscalía es atole con el dedo o nomás atole? (la otra variable mejor la desechamos). Y todavía falta, señor Presidente, que se enoje porque los asuntos de mayor trascendencia que usted fue a tratar en el extranjero quedan en un segundo o tercer plano. Mejor ya ni le mueva.

Mire, yo lo entiendo. Y con ánimo de ayudar le sugiero que cuando viaje se acuerde de los dichos: “En boca cerrada no entran moscas” (ése lo decía mi sabia abuela), o “El pez por la boca muere” (que decía mi sabio padre), o “Molestia que no te moleste, no la molestes” (ése lo leí en alguna parte). Y si nada funciona, ni manera, habrá que poner en práctica medidas drásticas. Haga un letrerito como el de mi maestro de español y péguelo hasta en el baño. Ahora que si de plano está tan mal el asunto, le puedo localizar al maestro y usted lo contrata como asesor. Le garantizo los resultados. Ya ve, yo por eso no me dediqué a la política.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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